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Hierro da órdenes al grupo durante un entrenamiento. EFE
España: un partido para saber la verdad

España: un partido para saber la verdad

El pulso contra Marruecos, un rival valiente que saldrá a darlo todo pese a estar eliminado, desvelará el estado real de La Roja, obligada a sellar hoy el pase a octavos

Jon Agiriano

Enviado especial. Kaliningrado

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Lunes, 25 de junio 2018, 00:49

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Un partido trampa deja de serlo cuando se habla de él, cuando desaparece el factor sorpresa y el equívoco ya no es posible. Es lo que sucede en el España-Marruecos que se disputa esta tarde en Kaliningrado. No hay trampa que valga. Fernando Hierro y sus jugadores saben dos cosas fundamentales para no caer en el engaño letal del exceso de confianza. La primera, que todavía tienen que ganarse la clasificación. Les falta un punto, por mucho que incluso una derrota pueda ser suficiente. La segunda, que Marruecos está lejos de ser una perita en dulce. Si nos atenemos a sus méritos, debería estar ya clasificada para octavos porque debió ganar tanto a Irán como a Portugal.

Aunque ya esté eliminada, la selección de Herve Renard tiene todavía algo que decir en este Mundial. Algo muy importante para ella misma y, desde luego, para su afición, que ayer a mediodía ya había hecho acto de presencia en el hotel Mercure de Kaliningrado para animar a los suyos. Se trata de ganar a España, el país vecino, el enemigo admirado y odiado a partes iguales, cuyo fútbol forma parte de la vida cotidiana de millones de marroquíes. Sus jugadores saben que tienen la oportunidad de hacer algo grande. Una victoria contra la Roja les permitiría volver a casa con todos los honores, presumiendo legítimamente de haber sido el mejor equipo del grupo. Una nueva derrota, por el contrario, les obligaría a volver en silencio, rumiando el fracaso, la dolorosa decepción que han causado a su gente.

La diferencia entre ambas perspectivas obliga a imaginar hoy a una selección de Marruecos muy concentrada, valiente y decidida. Quien piense en un grupo bostezante que ya sólo espera que le sellen lo antes posible el pasaporte para la vuelta a casa está muy equivocado. El partido tiene mucha miga y serias opciones de convertirse en un pulso de ida y vuelta, muy abierto. Desde luego, España no se va a encontrar con un muro estilo Irán que le obligue a un lento, sacrificado y a veces desesperante ejercicio de demolición. A Marruecos les gusta jugar y no dudará en buscar la portería de De Gea casi tanto como buscó -sin suerte, la verdad- la de Rui Patricio.

En este sentido, el partido puede verse como un magnífico examen para calibrar el verdadero estado de la selección española, que realmente no se sabe muy bien cómo está. El equipo nacional ha transmitido en Rusia señales contradictorias, de compleja interpretación. Tuvo momentos brillantes de juego contra Portugal y demostró carácter para remontar en dos ocasiones al último campeón de Europa. Contra Irán, por el contrario, le faltó ritmo y a partir del gol mostró una fragilidad defensiva y una incapacidad para gobernar el juego con autoridad de lo más preocupantes. No se sabe tampoco cómo están los jugadores, ya que salvo Diego Costa ninguno ha pegado un golpe en la mesa y ha dicho aquí estoy yo. En el mejor de los casos, algunos como Iniesta e Isco, alabado ayer por el seleccionador, han dejado destellos de su clase. Pero eso no es noticia. Se trata de algo de sobra conocido.

Incógnitas

Ni siquiera sabemos tampoco con certeza cuál es el ambiente dentro del grupo, si Fernando Hierro ha caído bien, si existe un verdadero espíritu de equipo que lleva a los jugadores a pensar más en los intereses del colectivo que en los suyos propios. ¿Existe esa comunión general, decisiva para el éxito en cualquier gran empresa deportiva, o tenemos que hablar de camarillas, de suspicacias entre unos y otros, de egoísmos personales que van horadando el grupo como termitas? Muchas de las respuestas podrán saberse, o al menos intuirse, esta misma noche. Y es que, tarde o temprano, la verdad de un equipo siempre se acaba sabiendo. Es imposible ocultarla.

Es probable que Fernando Hierro mueva hoy también algunas piezas. Era cuestión de tiempo que el malagueño interviniera e intentara dejar su sello. Que en el primer partido respetase el once inicial que ya había decidido Lopetegui era natural. Tanto como lo es que vaya poco a poco imponiendo sus gustos e ideas. Imaginar a Hierro como un simple gestor interino que sólo se plantea pasar inadvertido y cumplir sin más el marrón que le ha encomendado su jefe es no conocerle. De manera que es muy posible que hoy haga algún nuevo cambio en el once, ya sea para encontrar un relevo a Lucas Vázquez, muy flojo ante Irán, o para dar descanso a algún peso pesado. Asensio o Thiago pueden ser titulares por primera vez en un Mundial.

Lo que no va a cambiar el seleccionador es el estilo. Lo dejó claro ayer en la rueda de prensa oficial. Cuestionado sobre si desearía que la Roja tuviera más músculo en el centro del campo, más poderío para detener las rápidas transiciones de los marroquíes, la virtud que más le preocupa de su rival, Hierro hizo a su manera una declaración de principios. «¿Músculo en el centro del campo? Somos más otra cosa. Lo del músculo no es para nosotros. Si tenemos que basarnos nosotros en el músculo...», dejó caer, con ironía.

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