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M. Saura
Pena máxima

Pena máxima

Hasta el 17 de mayo se difundirán los trabajos del concurso en 'La Verdad' y laverdad.es. Rendibú: El arte toma los medios

María Cubel (Pseudónimo)

Domingo, 29 de abril 2018, 10:56

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LA VÍCTIMA

He de detener el tiempo todo lo que sea posible. Tratar de eternizar un instante que mantenga intacta la esperanza. En este momento de angustia no importa qué pasará después del disparo definitivo, así como ahora ya carece por completo de validez todo lo ocurrido antes de la sentencia. No pensar, no proyectarse, vaciar la mente de sensaciones irreales. No existe nada que no esté ocurriendo aquí y ahora, en este momento. El mundo se reduce a mi área de influencia, pocos metros que controlar, escasos estímulos en los que perderse. No siento frío, ni calor. El silencio brota espeso desde mi interior para acallar sin miramientos los sonidos que me llegan como metralla. Sólo mirar hacia adelante, buscar sus ojos, quizás la duda… Ni siquiera la fe irreductible en salir airoso del trance debe alterar la calma tan necesaria para sobrevivir. Estoy solo. Él está solo. Una y otra vez me repito la cantinela. Mi piel transpira, mi respiración poco a poco va serenándose, la sangre fluye por mis venas igual que como antes de que todo comenzara. Miro fugazmente el reloj, lo justo para no distraerme, queda poco tiempo, más bien nada de tiempo que vuela, que se vuelve plomo, que vuelve a correr…

EL VERDUGO

Está asustado, como yo. Es nuestra primera y última vez juntos en una situación tan límite como ésta, tan grandiosa, tan universal, tan angustiosa… He de acabar pronto, no puedo prolongar la situación, sería darle ventaja y hacerle el juego. No tiene escapatoria, yo tengo el control, la iniciativa, el instrumento… Se mueve con gestos lentos, con falsa calma, es imposible tenerla. Me clava los ojos como saetas encendidas que buscan mi zozobra y mi debilidad, un error que lo ensalce como héroe y mártir al mismo tiempo.

Hay demasiada luz, me gustaría provocar una penumbra universal en donde solo pudiera verle a él, prisionero en un halo luminoso, en una celda brillante incrustada en la negrura; o quizá, al contrario y si fuera posible, crearía una oscuridad única, individual y respectiva que lo inmovilizara en un escenario de claridad cegadora. Nunca he gozado de una gran sangre fría, y ahora es el momento de hacer uso de ella, tiempo de manos serenas y piernas firmes, de respiraciones hondas y latidos pausados. Únicamente tengo una oportunidad salvo que el juez diga lo contrario, lo cual es poco probable, ya que lo que más desea en este instante es que esta presión termine cuanto antes para poder contar orgulloso a sus descendientes, que fue él quien tomó la grave decisión. Y yo estoy aquí para culminarla. Por suerte o por desgracia todo acabará en muy poco tiempo.

LA VíCTIMA

Sin embargo, es inevitable que se filtre algún recuerdo que, como rayos en una tormenta, cruce el cielo de mis pensamientos. Demasiadas cosas ocurridas hasta llegar aquí. Multitud de personas caminando junto a mí en el trayecto hasta el final. Algunas estarán rezando por mí, otras sin duda, incluso desearán mi muerte. Mi nombre resonará en las gargantas de los que esperan enloquecidos para bien y para mal. Dentro de unos momentos, o quizá mañana, quién sabe si algún día se sabrá si yo debía estar aquí, si lo merecía o no, si verdaderamente tenía que ser el elegido. Que la historia me juzgue como a tantos otros, que el destino decida lo que voy a ser. Que la diosa fortuna reparta sus bienes con criterio.

Me dicen que me coloque en mi lugar, sin sobrepasar la línea, para qué pugnar por ello. Es el momento y ya no puede retrasarse, inútil esperar que cese la lluvia. Todo el mundo lo está viendo, o tal vez nadie y todo esto no sea más que una ilusión, una quimera colectiva, porque apenas escucho una lejana voz apenas entendible que me lo indica y me da las últimas instrucciones. Fuera de mi área de influencia todo está oscuro y silenciado. Lo he conseguido. Puedo escuchar el supuesto silencio. Sentir únicamente que estamos él y yo, los dos únicos actores de este drama sin retorno.

EL VERDUGO

Respirar, cerrar los ojos hasta el último momento, sentir la sangre circulando por todo mi cuerpo, incluso odiar a aquel que se interpone en mi camino. Las cosas ahora son así, compañeros en el principio, ahora convertidos en enemigos en un presente eterno y universal. Nada hay ya que se interponga entre nosotros, tan solo el destino que elige a sus héroes, y no tengo la menor intención de dejar pasar de largo el tren de la gloria. Esos raramente vuelven. Siento cómo inunda mi cuerpo la soledad del corredor de fondo. Nadie me asistirá si yerro el disparo, nadie tendrá consuelo para el que no salga victorioso. Nadie me arrebatará jamás el éxtasis vivido si alcanzo mi objetivo.

LA VíCTIMA

Se acerca lentamente para mirarme a los ojos y buscar mi rendición, la capitulación de mi voluntad. Quiere hacer valer su posición ventajosa, de control, de poder… Acabar definitivamente. Me sonríe con malicia, y tras dar dos pasos hacia atrás sin dejar de clavarme los ojos enrojecidos, da media vuelta y retrocede hasta la posición de disparo. Pero no me ha engañado, tan solo era una pose, mantener las apariencias hasta el final, no descubrir las cartas marcadas. He visto la duda y el temor en sus ojos y ahora desde la tranquilidad en la cual se ha instalado mi ánimo, sé que tengo una oportunidad, y la esperanza abre mis pulmones que respiran prestos para la reacción, como la fiera herida que aprovecha su último aliento para morir matando. Coloca el proyectil. Unas gotas de sudor resbalan por su frente y ensucian sus ojos los cuales limpia con la manga de su camiseta. El mundo va a paralizarse, mi mundo y todos los mundos de este planeta, porque el sonido seco de la salida del proyectil, indica que éste viene ya implacable hacia mí, y muchas de las miradas que ahora de repente se iluminan y siguen su trayectoria insaciable, no esperan otra cosa, que el que yo me interponga en su camino.

EL VERDUGO

Me acerco a él para ver sus ojos y hacia dónde se pierde su mirada, comprobar si realmente su cabeza sigue alta, si su ánimo continúa erguido. Ha aguantado mi desplante sin pestañear, con orgullo. Sonrío para ocultar cualquier mínima grieta en mi determinación, no hay ya lugar para debilidades ni remordimientos. Vuelvo al lugar desde donde voy a disparar. No sé ni cuánto tiempo ha transcurrido desde que se dictaminó el veredicto, apenas acabo de darme cuenta de que la lluvia cae sin misericordia empapándolo todo de dramatismo. Ahora ya no quiero mirarle, deseo ver más allá de su silueta, trascender el momento y atravesar su cuerpo con mis ojos de verdugo. Ahora sí escucho aullar las gargantas enfervorecidas. Pero lo único que acierto a pensar es en que he de ejecutar a la perfección el disparo, el lanzamiento definitivo. Solo quiero asegurarme de que el esférico vaya duro, fuerte, abajo y ajustado al palo, allí donde ningún cancerbero pueda llegar, ni siquiera él, ni siquiera el mejor portero del mundo.

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