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Mapas sin mundo (10/12/2017)

Pedro Alberto Cruz

Domingo, 10 de diciembre 2017, 12:07

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La revisión que, en EE UU, se está realizando del estrato más infame de su historia -el de la esclavitud y vejación sistemática de la población negra- ha situado el foco en todos aquellos monumentos públicos que conmemoran la labor de determinados personajes confederados y supremacistas. Si, hace unas semanas, un grupo de activistas derramó pintura sobre la célebre estatua de Theodore Roosvelt situada en el exterior del American Museum of Natural History, en estos días, la atención se centra en la escultura que el padre de la ginecología moderna, J. Marion Sims, tiene en pleno Central Park de Nueva York. La artista Doreen Garner ha escaneado este monumento en 3D, reproduciéndolo en silicona roja. Durante la inauguración, el pasado 30 de noviembre, de su última exposición en el Pioneer Works de Brooklyn, Garner llevó a cabo una estremecedora performance en la que, asistida por mujeres negras, colocó la reproducción de la estatua de Sims sobre una mesa de operaciones, para recrear el cierre de una fístula vesicovaginal, una de las intervenciones habituales desarrolladas por el célebre médico con posterioridad al parto. La razón por la que Garner ajusta cuentas con tan insigne figura de la ginecología mundial es que, aprovechando la inferioridad cultural del cuerpo de la mujer negra durante el periodo histórico de la esclavitud, la mayor parte de sus experimentos fueron realizados sobre sus torturadas anatomías. Un ejemplo dramático lo procura la joven afroamericana Anarcha, de tan solo 17 años, la cual, entre 1845 y 1890, fue sometida a 30 operaciones de fístula, sin que para ello -y a diferencia de las mujeres blancas tratadas por Sims- se emplease cualquier tipo de anestesia. Para Garner, son muchas las zonas de oscuridad que todavía permanecen sin iluminar en la historia de las personas de color dentro de la sociedad norteamericana. El empleo sistemático de sus cuerpos como cobayas conlleva que no pocos de los actuales avances científicos se hallen manchados de sangre, y sean la consecuencia de un consensuado supremacismo. Someter simbólicamente a Sims a las mismas vejaciones que él aplicó al cuerpo de la mujer negra no va a restituir a esta la dignidad y la libertad perdidas. Pero, al menos, este gesto sirve como catalizador de una relectura de la historia estadounidense que, a día de hoy, todavía sitúa sobre pedestales a racistas con una atroz biografía.

La incertidumbre es la mayor verdad a la que puede aspirar cualquier individuo. Los absolutos en los que tantas veces nos hacemos fuertes no son verdades, sino posibilidades de vivir a las que renunciamos. Introducir el dedo en la llaga y expresar la duda es el mayor acto vital al que se puede aspirar. Quienes se limitan a mirar, a perseverar en una experiencia pictoricista de la realidad, ni creerán ni vivirán -permanecerán en el limbo de los abducidos.

Nos empeñamos en despreciar el fanatismo mediante el insulto, cuando, en rigor, lo que más nítidamente nos separa de él es la capacidad de argumentar. Es muy fácil adjetivar la realidad con una sola palabra; lo difícil, en cambio, es comprender que todas las palabras del mundo no bastan para representarla.

Es más doloroso el duelo por el futuro que el duelo por el pasado. Lo que se ha perdido es solo una mínima medida de lo que se perderá.

La normalidad es siempre más difícil de gestionar que el estado de excepción. Nadie se enfrenta a sus fantasmas circunstancialmente, sino día a día, en los estados de reposo, entre la vida trivial y nada significativa. La desolación es una rutina entre el desayuno, la comida y la cena.

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