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El escritor Rafael Balanzá. Enríque Martínez Bueso
Rafael Balanzá: «El mundo va a ser destruido por la estupidez, no por el mal»

Rafael Balanzá: «El mundo va a ser destruido por la estupidez, no por el mal»

El escritor, afincado en Murcia desde 1989, es autor de 'Los dioses carnívoros', la elogiada novela que reflexiona sobre lo imprevisto, el rencor y la crueldad

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Lunes, 15 de enero 2018, 23:07

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Sería estupendo, para compensar el estupor en que te deja 'Los dioses carnívoros', la elogiada novela de Rafael Balanzá editada por Algaida, poder acompañar a su autor en el disfrute de uno de los últimos hallazgos que le tienen fascinado. Nada estrambótico. Un hallazgo sencillo. Un discreto regalo temporal de la naturaleza. Junto a su casa en la huerta de Murcia, donde reside desde 1986, «una pareja de garcetas blancas, alucinantes, están criando. Salir por las mañanas a contemplarlas es una maravilla». Balanzá, quien con 'Los asesinos lentos' (Siruela, 2010), ganó el prestigioso premio Café Gijón, es hijo de un periodista, Rafael González, cuya altura personal y profesional recordamos con admiración todos sus compañeros de 'La Verdad'. Cuando vamos a comenzar la entrevista, justo antes de que el escritor de 'Los dioses carnívoros' vaya a silenciar su teléfono, recibe una última llamada. Se han equivocado de número.

LO QUE DICE

  • Un recuerdo «Fui un niño asmático, con unas crisis de asma salvajes; siempre he vivido en carne viva, con la sensibilidad a flor de piel, todo con mucha intensidad»

  • Cómo se imaginaba «Yo pensaba que sería un hombre solitario, sin hijos, me veía como una especie de Robert Walser, que acabó con un psiquiatra corriendo detrás de él, muriendo en la nieve congelado»

  • Sobre el mundo de hoy «De acuerdo, nunca hemos estado mejor, pero tampoco nunca ha sido tan tarde como ahora. Tarde para la utopía, tarde para la esperanza, tarde quién sabe si para salvar el ecosistema Tierra»

-¿Por quién preguntaban?

-Por Minerva, con toda seguridad no soy yo [risas].

-¿Está seguro de muchas cosas?

-No, lo mío son las dudas. Estoy seguro de que vivir es un puro desconcierto y de que no hay manera de interpretar la realidad. De ahí mi perplejidad ante el mundo. Somos unas criaturas que llegamos aquí, peregrinamos, no entendemos nada, y morimos. De que morimos también estoy seguro. Reconozco que el balance de mis casi 50 años de vida es ese: ¡no he entendido nada! Así es que, por favor, que me vuelvan a poner la película otra vez a ver si a la segunda [risas] me enganchó. A veces, parece que lo que nos rodea es un campo de batalla, una especie de 'Salvar al soldado Ryan'. Si miro alrededor: amigos que ya han muertos, conocidos que se están muriendo...; recuerdo el entierro de un amigo que era un tío muy valioso, y que también se llamaba Rafa, que asumió que era alcohólico y que bebió hasta matarse.

-¿Qué pensó?

-Estar vivo es también una suerte. Tuve una época de mi vida que fue muy límite para mí y en la que estuve a punto de perderme para siempre. Una etapa muy jodida en la que todo estuvo a punto de irse a tomar por culo.

Encajar

-¿Qué impresión tiene contemplando el mundo?

-Pienso como George Steiner: es como si el mundo no hubiese dado en la diana. Tengo la sensación de que no terminamos de encajar, ni nosotros ni el mundo, y esa sensación está ahí aunque tu vida no sea una tragedia.

-¿Cómo fue su infancia?

-No fue una tortura, pero sí dura a causa del asma. Fui un niño asmático, con unas crisis de asma salvajes; siempre he vivido en carne viva, con la sensibilidad a flor de piel, todo con mucha intensidad. Recuerdo que, como no podía correr, con lo cual los deportes de pelota no eran lo mío porque me agotaba enseguida, lo que hacía era refugiarme en la fantasía. Me inventaba historias. La verdad es que escribir siempre ha sido para mí algo tan natural como sudar. Un amigo me dijo algo que me hizo mucha gracia, porque tiene que ver mucho con mis novelas. Me recordó que en el colegio les contaba a mis compañeros cuentos de risa y miedo. Y eso sigo haciendo, contando cuentos de risa y miedo. A mí, la literatura me ha salvado en el sentido literal. Con 25 años, estando muy mal, me hice una cura fantástica a base de lecturas. Entre visitas de casa en casa -trabajaba en una empresa de ayuda a domicilio atendiendo a enfermos e impedidos-, todo el tiempo que no estaba trabajando lo pasaba leyendo. Leer y escribir han sido mi salvación. Eso, y encontrar a mi mujer, Amelia.

-Hemos ido a parar al amor.

-Sí, así es. Vivimos de tópicos porque no podemos hacer otra cosa, la vida admite el grado de originalidad que admite y nada más. Al final, es cierto, la clave está en tener suerte en cosas como el amor. Tanto mi mujer como yo veníamos de relaciones que se rompieron, coincidimos un verano por puro azar, y tengo que reconocer que ella y mi hijo son claves en mi existencia. Yo pensaba que sería un hombre solitario, sin hijos; me veía como una especie de Robert Walser, que acabó con un psiquiatra corriendo detrás de él, muriendo en la nieve congelado. Pensaba que lo mío sería escribir, sin ningún reconocimiento en vida, y que tras mi muerte alguien aparecería y rescataría mi obra. Pero la vida nos sorprende.

-¿Hasta el punto de mirar el mundo con optimismo?

-No, a mí no me convencen los argumentos de los optimistas, por mucho que los respete. Tipos como Javier Gomá, por ejemplo. Es decir, el argumento de que nunca hemos estado mejor que ahora yo lo acepto; de acuerdo, nunca hemos estado mejor, pero tampoco nunca ha sido tan tarde como ahora. Tarde para la utopía, tarde para la esperanza, tarde quién sabe si para salvar el ecosistema Tierra. Faltaría más que estuviésemos peor que en el Paleolítico, pero no tienen en cuenta el factor tiempo. No, no soy un optimista, creo que estamos tocando muy peligrosamente ciertos techos y que la utopía nunca ha estado tan lejos como en estos momentos. Esa es mi percepción y está en toda mi obra. Si cogemos el personaje de Damián Ferrer, por ejemplo: es un hombre derrotado por la vida que lo que busca ya es recibir los menos palos posibles, y precisamente por eso le cae la del pulpo; claro, no se puede guarecer porque al final la vida no te lo permite. Los riesgos nunca han sido tan graves como actualmente, y sabemos que desde 1945 la Humanidad tiene la posibilidad de suicidarse colectivamente.

-¿Y qué intuye usted?

-La Humanidad se ha pasado el siglo XX temiendo al mal, temiendo que el mundo fuese destruido por el mal. Lo que yo creo es que el siglo XXI nos está dejando claro, con evidencias, que el mundo va a ser destruido por la estupidez, no por el mal. Que el mal y el bien van a ser derrotados por la estupidez, es lo que yo saco en claro de estos años que llevamos de siglo. Va a ser la última gran broma de la vida, ser destruidos por el virus de la estupidez.

'Los dioses carnívoros'

  • Autor: Rafael Balanzá.

  • Estilo: Prosa.

  • Editorial: Algaida.

  • Diseño de cubierta: José Luis Paniagua. 245 páginas.

-¿No hay remedio?

-¿Remedio? Yo soy un hombre de poca fe, pero estamos condenados a la fe, en el sentido de que el hecho de seguir vivos es un acto de fe; incluso la ciencia se basa en la fe, dado que se sustenta en principios que requieren un acto de fe. Yo les suelo decir a mis amigos de izquierdas que ninguna reforma social o política va a cambiar la condición humana. Y a mis amigos de derechas lo que les suelo recordar es que no hay nada más inherente a la condición humana que luchar por la utopía. Creo que hay que recordárselo a unos y a otros. Yo más bien soy de izquierdas que de derechas, aunque no tengo ninguna militancia concreta porque la izquierda española tiene una tendencia a ser sectaria que yo rechazo. No tengo esperanza en que una reforma social o política nos salve, y creo que tendría que haber una revolución espiritual. Ahora, digo esto y, por otro lado, reconozco que apenas tengo fe. Ya le comentaba antes que lo que tengo son muchas dudas. Por otro lado, está claro que los argumentos del mal son sólidos, son fuertes, no se pueden tomar a beneficio de inventario. No tengo mucha fe en ninguna hipotética trascendencia, pero tengo todavía menos fe en el mundo. La condición humana es la que es, y yo estoy en el grupo de los desesperanzados, aunque, como también le decía antes, respeto mucho a los intelectuales que se han echado sobre los hombros la hercúlea tarea de hacer creíble la esperanza. Y lo hacen muy bien, incluso con argumentos a veces ingeniosos o, como en el caso de Gomá, devolviéndole la pertinencia filosófica al cristianismo, que en nuestra cultura es un tema insoslayable porque la izquierda comparte valores cristianos, aunque muchos no lo vean así. Exclusivamente de lo humano, yo no espero salvación porque la condición humana no va a cambiar, y en ella tienen cabida el rencor, sobre el que reflexiono mucho en 'Los dioses carnívoros', el odio, la envidia... Así es: el rencor es una opción posible, el mal es una opción posible. Hay que creer en el hombre, ¿pero cómo hacerlo sin intentar conectar esa fe en él con algo que dé sentido a la experiencia humana sobre la Tierra, que, al final y mientras la ciencia no lo remedie, nos aboca a la muerte?

-¿Por qué el tema del rencor?

-El rencor y la envidia se hicieron patentes para mí a raíz de ganar el premio Café Gijón; los percibí como nunca, casi de un modo físico, como un ruido que te llega a despertar una noche y te lleva a preguntarte: '¿Joder, qué estoy oyendo, qué es este rumor, qué es este rechinar de dientes?'. ¡Y es que te están odiando! Yo esa experiencia no la conocía. Ojo, y en mí también he notado aflorar el rencor, porque el rencor de otros suscita el rencor propio y yo no estoy por encima de los demás. Por desgracia, no estoy libre de rencor, ni tampoco del desprecio. El rencor no va a desaparecer de la sociedad, incluso aunque no hubiese nuevas crisis económicas, que yo me temo que las va a haber. Albert Camus decía que había que evitar contagiar el mal. Precisamente, creo que mi sensación de derrota, en esta etapa de mi vida, viene del hecho de reconocer que yo estoy infectado también, que yo también contagio, que no estoy libre del virus del mal.

-¿Alguna esperanza tendrá?

-Al final, yo me refugio en el misterio, como Luis Buñuel. Tengo la esperanza de que haya algo que se nos escapa y de que, de alguna manera, al final haya algo más que lo puramente terrenal. No me engaño a mí mismo al decir que no tengo fe, pero sí que tengo la esperanza de llegar a tenerla en algo. Soy un agnóstico abierto al misterio.

-¿Cómo se ve como escritor?

-Tengo habilidad para la escritura, pero no sé si algo de talento. Creo que, básicamente, soy un imitador. Woody Allen dice que él nunca ha hecho una obra maestra a la altura de los cineastas que admira: Ingmar Bergman, Vittorio de Sica...; para mí, algunas de sus películas sí que están a ese nivel. Yo soy un imitador, y creo que no soy malo, que imito bien, pero no paso de ahí. Me entusiasman Fiódor Dostoyevski, Camus, Franz Kafka por encima de todo... Intento seguir esa estela, y un poco también la del cine que me gusta. En ese sentido, y como han señalado algunos críticos y lectores, yo también pienso que 'Los dioses carnívoros' es una novela muy Hitchcock en su trama.

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