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Lunes, 6 de noviembre 2017, 22:09
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No era un revolucionario; solo estaba en la revolución». Aunque con afán de ninguneo, Trotski retrató bien al principal rival de los bolcheviques tras la caída del zar. Kérenski no era un revolucionario; era un político.
Nacido en 1881 en Simbirsk -paisano por tanto de Lenin-, Aleksandr Kérenski, estudió Derecho en San Petersburgo. Encarcelado en 1905, opta por la oposición legal al zarismo defendiendo a obreros en huelga, soldados amotinados, campesinos rebeldes e intelectuales encendidos. Se labra una fama que le lleva en 1912 a la Duma, en la que permanece cuando abdica Nicolás II. Su socialismo sin adoctrinar le convierte entonces en el intermediario entre el liberal Gobierno provisional y el Sóviet de Petrogrado, que ejerce de Ejecutivo paralelo.
Intento de golpe de Estado En agosto, Kornílov, defensor del zarismo, intenta devolver Rusia al viejo orden enviando regimientos de caballería a Petrogrado. Para evitarlo, Kérenski pide ayuda a los partidos revolucionarios y acepta la liberación y el rearme de los bolcheviques.
Pronto los social-revolucionarios quedan entre dos aguas, tratando que el engranaje no escore ni hacia los partidarios del zarismo sin zar ni hacia la extrema izquierda. Sucesivos ceses y dimisiones le colocan como ministro de Justicia y de la Guerra antes de quedar al frente del Gobierno en junio, donde el golpe de Kornílov le pone la puntilla; queda abandonado por la derecha, que le acusa de instigar el levantamiento para luego denunciarlo, y debilitado ante los bolcheviques, a los que recurre para sofocarlo. A expensas de quien dé el próximo golpe.
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