Los cerros altos del Sur
GINÉS SÁNCHEZ
Lunes, 15 de mayo 2017, 23:03
Vine a Luvina porque de pronto empecé a llenarme de sueños. Porque quería ver los cerros desde lo más alto de la Cuesta de la Piedra Cruda. «A mí, eso me dije, no me pasará lo que a otros». No me pasará porque bien sé yo de viejos y de mujeres solas. Cierto es que aquí la tristeza está como apretada contra de uno. Como lo es que en las noches me arrimo a las barrancas por si se subiera de allí alguna cosa más que el viento. A ratos me ha parecido sentir como manos de alacranes que quisieran trepar. Solo que al final nada. Solo el cielo. Como un sudario de espesores. O la tierra como hecha de cuero viejo.
En el umbral de la casa me sentaba y me lo decía otra vez. «No a mí». No a mí porque yo sé de estas cosas.
¿O que no tengo yo la arena del patio, la hoja de laurel, el granado?, ¿que no tengo yo mis papalotes para cuando el aire, mis labios besados como del rocío, mis ojos de aguamarina?
-Si sigues allí va a salir una culebra y te va a morder.
A la pura mañana el tiempo se gana su terreno. Entonces la lengua se sale de la boca y el pellejo se achurrusca y se seca y se mira hacia el cementerio y se piensa en la muerte.
-Mis muertos, les digo, no están aquí. Sino allá. Se lo digo y les señalo a lo lejos.
-Pasando, les digo, el Puerto de los Colimotes.
Yo les digo y ellos asienten. O me miran. Y se van a sus cosas. A sus cosas mientras el sol hace la suya. Esa de subirse y bajarse. Y los días comienzan y luego se acaban. Luego viene la noche.