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«Legendario». La carrera de Zorilla despegó con la lectura de los versos que compuso para el entierro de Mariano José de Larra en 1837.
Zorrilla y las ruinas del espíritu
ANIVERSARIO

Zorrilla y las ruinas del espíritu

El autor vallisoletano, como buen representante del Romanticismo, refleja en sus obras predilección por el pasado y por la recopilación de leyendas y mitos

DANIEL REBOREDO

Lunes, 20 de febrero 2017, 22:06

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¿Qué hace, qué significa el hombre de letras para quiénes con él y junto a él viven? Si la historia de la humanidad es en su conjunto «un Gran Teatro», ¿cuál será el papel propio de un hombre que no vive sino para transmitir lo que las cosas son y lo que el ser humano significa y genera? La significación social del hombre de letras puede ser caracterizada por dos ámbitos, relativo el primero a la penetración del saber literario en el seno de la sociedad que plasma en sus escritos y tocante, el segundo, al alcance real que el literato atribuye a lo que podemos denominar su misión histórica o, lo que es lo mismo, dar testimonio de su verdad. Así fue en todas las épocas y así se manifestó en los dos caras de la prosa y de la poesía del Romanticismo, de un lado la alborozada y jubilosa que considera capaz al hombre de conquistar plenamente la naturaleza, y de otro la afligida y desconsolada que otorga a la anterior un espíritu redentor. En ambos se reflejan las contradicciones del Romanticismo que también son las propias del individuo contemporáneo y de ahí que el movimiento romántico sea una revolución inacabada. Discordancias e incoherencias que recuperan en la actualidad la anacrónica reivindicación de las identidades nacionales, el peligroso resurgir de las ideologías totalitarias, constatando aquella tendencia romántica de transitar siempre al borde del precipicio, la predisposición a la totalidad y el prolongado sembrado de ideas irrealizables.

Al igual que entonces, los seres humanos volvemos a caer enfermos de melancolía y pesadumbre, cuando no de decepción, al ser conscientes de que los anhelos, deseos y aspiraciones nunca se convertirán en realidad. Ocurre en nuestra época y acaeció en el período romántico cuando la vista se volvió a la época medieval, a la nación, a las canciones populares y a la Naturaleza. Aquel idealismo de los siglos XVIII y XIX ha quedado hoy restringido al individualismo y al propósito de conservación y supervivencia. El periodo de vigencia del Romanticismo se extendió desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta las revoluciones de 1848, aunque su ideario y primeros ejemplos aparecieron ya en 1770, y su génesis se produjo en los países de más débil tradición clásica, Alemania e Inglaterra.

Tiempo convulso

En la convulsa España del siglo XIX, el movimiento romántico fue también una realidad, aunque más tardía y breve, y, al igual que en el resto del continente, tuvo dos variantes, la tradicional y la revolucionaria o liberal. En la primera de ellas, la conservadora que representa y defiende los valores de la tradición, la Iglesia y el Estado se incluye José Zorrilla, autor de cuyo nacimiento en Valladolid se cumplen doscientos años el próximo día 21, y en la segunda destaca la figura de José de Espronceda. El autor vallisoletano, como buen representante del Romanticismo tradicional, refleja en sus obras predilección por el pasado y por la recopilación de leyendas y mitos y de ahí que lo mejor de su producción literaria esté en el ámbito de la poesía narrativa más que en el de la lírica. Su ingenio como poeta de su tiempo se advierte en la elocuencia, expresividad y musicalidad de sus versos; en una temática inspirada en leyendas medievales y de la época imperial y en un gran talento narrativo en forma de verso. Tramas bien urdidas, elementos que atraen la atención del espectador y personajes bien caracterizados y con personalidad dan consistencia a sus obras de teatro.

Zorrilla es destacable como poeta «legendario» y como autor dramático, caracterizado por su gran imaginación, el casticismo de su lenguaje, la musicalidad y la riqueza métrica de sus versos, y una técnica poética que introdujo peculiaridades que posteriormente desarrollaría como propias el Modernismo. La orientación de toda su obra recoge las malas relaciones con su padre, su temperamento sensual, su ingenuidad, el amor, la salud, su nula relación con el mundo político de la época y su innegociable independencia.

Aplauso y admiración

Desde que publicó sus primeros versos en el diario vallisoletano 'El Artista', y fundamentalmente desde la lectura de los versos que compuso para el entierro de Mariano José de Larra en 1837 y que hicieron vertiginosa su carrera literaria, hasta su muerte en 1893, el poeta español más importante del siglo XIX creó un número ingente de obras en las que su concepción de la literatura se remarca continuamente. La variedad lírica es desmedida y su fecundidad magnífica y soberbia; transita todos los temas y prueba todas las modulaciones, desde lo descriptivo a lo filosófico, desde lo grandilocuente y vacío a lo íntimamente personal; su capacidad para el misterio, su leve melancolía, el uso de símbolos comprensibles y el derroche de música y colores rubrican un hito decisivo en el desarrollo de la poesía española moderna. Así lo manifiestan obras poéticas y leyendas en verso como 'Cantos del trovador' (1840-1), 'Margarita la tornera' (1840), 'Sancho García' (1842), 'Recuerdos y fantasías' (1844), 'Granada' (1852), 'La leyenda del Cid' (1882), 'Granada mía' (1885), etc. En lo que al teatro se refiere, Zorrilla lo concibe como exclusivamente histórico y vital, primordialmente literario, escrito totalmente en verso, enraizado en una sociedad de la que es claro espejo y en el que elude los problemas de su tiempo salvo en un 'Don Juan Tenorio' en el que plantea deseos, preocupaciones y sentimientos de los españoles del siglo XIX. 'El zapatero y el rey' (1840-1), 'El puñal del godo' (1843) y la citada 'Don Juan Tenorio' (1844), además de otras muchas obras, así lo expresan.

Arquetipo halagador

La popularidad de Zorrilla en la España decimonónica fue enorme, esencialmente por el arquetipo halagador y lisonjero que transmitía de los españoles, con el que éstos se compenetraban complacidos y que tanto influyó en los poetas de su generación y de las ulteriores. El aplauso y admiración no le proporcionaron una vida más placentera e incluso fue objeto de la caridad nacional en parte de su existencia. En la España decimonónica, al igual que en la actual, ser independiente y no participar de las componendas políticas de unos y otros, se pagaba con el ninguneo, la discriminación y el arrinconamiento. En la cíclica Historia, el movimiento romántico aportó unos rasgos a las sociedades y naciones que culminaron en el nihilismo que explosionó más tarde en totalitarismos, egolatrías, aversiones y egocentrismos y cuyas consecuencias todos conocemos. Ni Zorrilla, ni otros muchos representantes de dicho movimiento fueron conscientes de que aquello desembocaría en la vileza y en la era de las ruinas del espíritu.

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