Borrar
Unamuno, en una actitud muy característica, tumbado en la cama y enfrascado en la lectura de un libro.
Vigencia y rescate de Unamuno

Vigencia y rescate de Unamuno

En uno de sus más célebres ensayos, 'Vida de don Quijote y Sancho', publicado en 1905, Miguel de Unamuno adopta un iconoclasta y divertido tono de arenga contestataria para reinterpretar, desde la contemporaneidad y la absoluta falta de prejuicios o esquemas previos, al caballero de la triste figura. Unamuno propone «intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado». A esta ilustrativa lista de sus bestias negras añade un grupo social más a denostar: «Los hidalgos de la Razón».

IÑAKI EZKERRA

Viernes, 17 de junio 2016, 08:32

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Místico y empecinado, el intelectual español dejó un legado como defensor del Estado laico y la cultura cristiana occidental, que tiene mucho que decir en el siglo XXI

En uno de sus más célebres ensayos, 'Vida de don Quijote y Sancho', publicado en 1905, Miguel de Unamuno adopta un iconoclasta y divertido tono de arenga contestataria para reinterpretar, desde la contemporaneidad y la absoluta falta de prejuicios o esquemas previos, al caballero de la triste figura. Unamuno propone «intentar la santa cruzada de ir a rescatar el sepulcro de don Quijote del poder de los bachilleres, curas, barberos, duques y canónigos que lo tienen ocupado». A esta ilustrativa lista de sus bestias negras añade un grupo social más a denostar: «Los hidalgos de la Razón». La soflama es tan conocida, así como es tan sabida la identificación del propio autor vasco con la criatura de Cervantes, que resulta obligada una tarea semejante para cualquier intento que hagamos de homenajearlo y de valorar su legado. Se impone un similar rescate de su sepulcro que lo actualice y que lo haga atractivo para las nuevas generaciones; que resalte lo que su obra sigue teniendo, sin duda, de sugerente por encima de factores que puedan alejarla de éstas y que son muy superficiales, más allá de las concretas circunstancias que la rodearon y que lógicamente no son las de hoy o al margen de ciertos modos retóricos en desuso que, o bien pueden ser obviados o bien sometidos a una relectura irónico-afectiva que los reivindique. Recordemos al grupo musical 'Académica Palanca', surgido en Madrid en 1989, cuyo nombre era una explícita alusión a una cuarteta unamuniana: «Salamanca, Salamanca,/ renaciente maravilla,/ académica palanca/ de mi visión de Castilla».

Los ensayos

Puede incluso darse la paradoja de que los jóvenes de hoy estén más capacitados para entender a Unamuno que los de ayer. Mi propia generación se acercó con cierta facilidad a Unamuno porque aún se encontraba imbuida de la cultura humanística que después han ido mermando los sucesivos planes de Educación, pero, por otra parte, también hay que decir que era ésa, la mía, una generación demasiado tocada por el marxismo y que veía en el viejo rector de Salamanca una figura demasiado conservadora para la época de la Transición que le tocaba vivir. Las dudas religiosas, las crisis de fe, la lucha entre la razón y el corazón frente a la cuestión de la inmortalidad o de la existencia de Dios, todo el material del existencialismo kierkegaardiano, en fin, que exponía en 'Del sentimiento trágico de la vida', publicado en 1913, eran asuntos que, en la década de los setenta, solo interesaban a los sacerdotes progres y a los intelectuales de la Democracia Cristiana, pero que, curiosamente, el paso del tiempo han vuelto hoy más vigentes. Lo que Unamuno llamaba 'protestantismo liberal' o 'cristianismo sentimental' es un antecedente de lo que hoy llamamos una 'conciencia culturalmente cristiana', que no satisfará al integrismo católico de toda la vida, pero que ha ido cuajando en la mentalidad democrática y que ha reemplazado al tradicional e ingenuo anticlericalismo de la izquierda clásica. En este presente marcado por las mediáticas decapitaciones del Estado Islámico no solo se acepta sino que se entiende mejor que hace tres décadas la 'modernísima' conciliación que se daba en el pensamiento de Unamuno de sincero republicanismo laico y simultánea preocupación por la supervivencia de la cultura cristiana occidental. Obsesión esta última que inspiraría sus dramáticas contradicciones en las vísperas de su muerte ante la Guerra Civil y en la que abunda 'La agonía del cristianismo', escrito en 1925, donde entiende el concepto de «lo agónico» en su sentido etimológico de «lucha» ahondando en una de sus típicas y sistemáticas paradojas: la que homologa al agonismo unamuniano con el vitalismo y con el combate que mantiene lo vital (que no es solo irracional sino antirracional) con lo antivital (que es lo racional). En esa tesis insistiría uno de sus sonetos filosóficos, el titulado 'Razón y fe': «hay que ganar la vida que no fina/ con razón, sin razón o contra ella».

La obra de Unamuno es un todo compacto donde siempre se impone él por encima de las convenciones de los géneros o las modas. No existe una producción literaria más homogénea y coherente que la suya gracias a su original, inconfundible y arrolladora voz, que está en toda ella sin ninguna impostación ni afectación. Ese carácter unitario de su producción literaria hace que en su poesía siga reflexionando como en sus ensayos y que en estos se detecte una inspiración poética, un tono teatral y un sentido narrativo propio de la novela, que son aspectos que merecen la reivindicación porque nos ofrecen al hombre en carne viva, en toda su entereza y su plenitud.

Posiblemente, el libro más intelectual y frío de su faceta ensayística sea el primero de ellos, 'En torno al casticismo', publicado en 1895. Su lectura nos resultará especialmente útil y provechosa si sabemos extraer sus lúcidas reflexiones sobre los males patrios del contexto histórico, político y social en el que surgieron para aplicar lo esencial de su crítica a nuestro presente. No en vano las dos grandes lacras nacionales que señala y denuncia -el rechazo a la modernidad europea y la autocomplacencia narcisista en lo propio- quizá ya no sean patrimonio exclusivo de un conservadurismo y un nacionalismo español superados, sino que hayan mutado genéticamente y adoptado formas más contemporáneas de 'lo castizo' como el euroescepcismo de nuestras izquierdas o el etnoculturalismo de nuestros nacionalismos periféricos. Unamuno pone más el dedo en la llaga del pecado, o sea en lo esencial, que en los pecadores circunstanciales, accidentales e incidentales.

Las novelas

Una de las ideas fundamentales que contienen las páginas de 'En torno al casticismo' es la distinción entre Historia e intrahistoria. La primera alude a los grandes acontecimientos, a lo cronológico, a lo accidental y a lo incidental. La segunda a lo esencial, lo permanente y lo cotidiano de los pueblos. He incluido ese punto ensayístico en el apartado novelístico porque donde realmente se plasma dicha idea es en 'Paz en la guerra', la primera de sus novelas, que fue publicada en 1897, o sea en el mismo año en que apareció el citado volumen de ensayos. Ambientada en torno a la referencia de la tercera guerra carlista, sería ésta la obra más costumbrista de su producción narrativa. Su encanto reside en cómo plasma la existencia sencilla y modesta, intrahistórica, de aquel Bilbao de comerciantes y tenderos que conoció en su niñez y que era inmediatamente anterior al del desarrollo industrial. En fuerte contraste con esta obra se halla 'Niebla' (1914), la novela en la que lleva su «ensayismo narrativo» al último extremo y en la que ese mestizaje alcanza también lo teatral. Su protagonista, Augusto Pérez, dialoga de modo metafísico y pirandelliano con el propio autor, resistiéndose a que éste ponga fin a su vida y atreviéndose a debatir sobre los grandes temas en los que su creador es experto: la muerte y la inmortalidad. En 'Niebla', Unamuno ensayó valientemente un género que en esos años adquiría mucha fuerza en Europa, pero que no ha tenido continuidad en la narrativa española hasta la llegada de Álvaro Pombo: la novela filosófica. Es en esa misma línea especulativa en la que puede situarse 'Cómo se hace una novela' (1927); 'Abel Sánchez' (1917), en la que reflexiona sobre la envidia de una manera muy original; o 'San Manuel Bueno, mártir' (1930). Quizá se ha quedado obsoleta la dramatización con la que Unamuno plantea, en la última de estas tres obras, la figura del hombre que ejerce un sacerdocio en el que no cree, pero la propuesta sigue siendo sugerente y actual en una España en la que son legión los políticos, jueces o sindicalistas que predican una fe que hace tiempo que los ha abandonado.

El teatro

Los críticos teatrales han desdeñado tradicionalmente la producción dramática de Unamuno bajo la acusación de que aolece de una dolorosa rigidez escénica. Tienen razón porque en sus dramas predomina el ensayista, el pensador, el hombre que reflexiona y argumenta 'desde abajo', desde la condición humana y desde las contradicciones que lo atormentan, sobre el demiurgo que sabe mover con habilidad y verosimilitud los personajes en una tarima. Pero quizá sería esa misma rigidez, esa forma esquemática de sacar y meter a los personajes en escena, sin molestarse en buscarles una excusa convincente, la que le daría hoy al teatro unamuniano una sorprendente e inusitada modernidad. Después de las provocaciones estéticas y de los controvertidos experimentos de un director de escena vanguardista como Calixto Bieito, esa objeción ha dejado de tener sentido para obras de una extraordinaria audacia temática como 'Fedra' (1910), donde abordó la cuestión de la pasión amorosa que desafía a los convencionalismos sociales (la princesa que se enamora de su hijastro), o 'El otro' (1926), donde merodea en torno al mismo tema de la convención social y al fantasma del incesto, al plantear la situación de un hombre que asume la identidad del hermano gemelo que ha muerto cuando se ve reclamado por dos mujeres: la suya y la del difunto.

Como sus novelas eran deudoras de sus ensayos, el teatro de Unamuno es deudor a su vez de varias de sus novelas. Si en 'Amor y pedagogía' (1902) y en 'La tía Tula' (1921) podría suponerse que abordaba el tema del deseo maternal de la mujer desde una perspectiva un tanto estrecha y conservadora, en 'Raquel encadenada' (1921) lo expone de un modo que ya no deja lugar a las interpretaciones reaccionarias sino que, muy por el contrario, adquiere una inesperada actualidad social al plantear la situación de una violinista profesional a la que su marido, que es al mismo tiempo su representante, no le impone, como podría parecer previsible en aquella época, que abandone su trabajo y su vocación sino que renuncie a la maternidad. La protagonista de la obra no solo defiende su derecho a cubrir ambas facetas en su vida, sino que abandona al esposo y se larga con otro para cumplir su deseo de satisfacer ambas.

La poesía

De la misma manera que se le han puesto objeciones al teatro de Unamuno, se le han puesto a su poesía; a su verso duro, tosco y roto, sin advertir que en esa dureza, en esa tosquedad, en esa rotura violenta del ritmo residía su gran valor estético y su gran modernidad, lo que Ricardo Gullón denominó, con sutil acierto y un finísimo oído, «modernismo interior». De esa poesía de Unamuno es totalmente deudora la mejor de Blas de Otero, los sonetos de 'Ángel fieramente humano' en los que hereda de aquél no solo la aspereza en la que se funde el temperamento norteño con el castellano sino el contenido religioso, la invocación prometeica a la divinidad, el grito ante el «silencio de Dios» y, en definitiva, ese personal y abrupto existencialismo místico que podemos encontrar en 'La oración del ateo': «sufro yo a tu costa,/ Dios no existente, pues si tú existieras/ existiría yo también de veras».

La poesía de Unamuno está íntegramente teñida hasta en los últimos poros de religiosidad o de la angustia que le hizo experimentar la falta de sentido de ésta, pero es tan sincera y tan honesta que no resulta rancia ni extemporánea. Aún más, los versos más logrados son los que dirige a los cristos castellanos, al Cristo de Velázquez o al Cristo yacente de Santa Clara al que llama 'trashumano' y en el que alcanza momentos inspirados que lindan con el expresionismo: «El Cristo de mi pueblo es este Cristo,/ carne y sangre hechos tierra, tierra, tierra./ () Porque él, el Cristo de mi tierra/ es solo tierra, tierra, tierra, tierra...»

Una paradoja que se da con Unamuno es que, si no resultaba lo suficientemente moderno hace tres décadas para la generación española del cambio político, puede sintonizar, sin embargo, con la posmodernidad mejor que lo hicieron otros autores que entonces fueron rehabilitados. A lo que hay que añadir que uno de los grandes, como Machado, ya le admiró en su tiempo en todas sus facetas, incluida la poética y pese a que su jacobinismo republicano no le permitiera compartir la pasión por la austera mística castellana, que, sin embargo, comprendía en toda su profundidad. De Machado son estos versos que lo retratan: «Y es tan bueno y mejor que fue Loyola: sabe a Jesús y escupe al fariseo».

Vigencia y rescate

Es Machado uno de los autores que corroboran la comparación de Unamuno con don Quijote, que el propio Unamuno buscó antes que nadie. En ese mismo poema en el que el poeta sevillano trazó su retrato del «gigante ibérico», explicó las desavenencias de éste con sus contemporáneos en el contexto de la España de su tiempo: «A un pueblo de arrieros,/ lechuzos y tahúres y logreros/ dicta lecciones de Caballería». Oír a Unamuno en un tiempo grosero como el de hoy es seguir recibiendo lecciones de caballería. Leerlo es imposible sin discutir con él, ya que su tono y su punto de vista son siempre apasionados, personalísimos, y a que en todos sus textos está presente el ensayista insoslayable, el pensador irredento, la idea o la tesis susceptibles de polémica. Pero ése es el más claro síntoma de que su legado está vivo y vigente. De Unamuno es rescatable toda su obra gracias al carácter unitario y monolítico que la marcó, así como a que dicho carácter no se debe a una premeditación intelectual ni a una afectada voluntad de estilo sino a la fidelidad a su propia voz y a la incapacidad absoluta de ésta para callarse.

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Publicidad

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios