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Nueva comedia humana

MANUEL CIFO

Lunes, 18 de septiembre 2017, 22:00

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En consonancia con el «realismo irrealista» del que habla Mateo Díez, el novelista leonés nos obsequia con una nueva y original novela, compuesta por un conjunto de 85 capítulos o historias breves, sin una trama aparente que les dé unidad, salvo el hecho de que todas ellas se sitúan en el espacio mítico del territorio de Celama, al que pertenecen ciudades como Armenta, Balma, Borenes, Celesta, Mentra, Ordial Ormeda y Solba; un territorio con un cierto sabor asturleonés, como lo viene a demostrar el hecho de las continuas referencias al Castro Astur. Historias que están protagonizadas por unos 300 personajes con nombres raros (Piero Morral, Orencio Semal, Adela Ferrato, Argimiro Fusi, Beneplácito Solares, Pino Ugido, Calvo Beraza...), comportamientos extravagantes y vidas tragicómicas, que representan a la perfección diversos ejemplos de esas vicisitudes («inconstancias o alternativas de sucesos prósperos y adversos») que dan título a la novela. Vicisitudes que tienen que ver con la casualidad o lo irremediable, en forma de extrañas enfermedades, relaciones amorosas efímeras («el rebato de la lujuria», p. 101), desgracias familiares, reencuentros de amigos de la infancia, muertes, divorcios, desahucios, asilos y orfanatos. Porque, como afirma uno de los protagonistas, «el destino se ceba con la desgracia, porque la desgracia tiene mucho más que ver con la vida que la felicidad» (p. 257).

Con grandes dotes de humor e ironía, en ocasiones rayando el surrealismo o el esperpento valleinclanesco, el conjunto de estas 85 novelas dentro de una gran novela (la conocida técnica de la caja china) se mueve entre la apariencia y la realidad, creando un ambiente de ficciones intemporales, en las que los narradores, unas veces omniscientes y otras protagonistas en primera persona, relatan diversos momentos de sus vidas, con sus sueños, proyectos, enfermedades, desgracias, fracasos y desengaños, con un planteamiento realista y descarnado y con una escritura metafórica y simbólica, como modo ideal de representar la senda tortuosa de sus respectivas vidas. Y siempre con un lenguaje muy cuidado, en el que destaca la prolijidad adjetival y el juego permanente con las palabras, lo que permite al autor afirmar que la ciudad de Armenta es tan adicta al tabaco que «supura la necesidad del humo» (p. 85) y, muy especialmente, deleitarse en la búsqueda de nombres alegórico-simbólicos para determinados lugares o instituciones: las Hermanitas de la Penuria en el Asilo de la Depauperación, el Cementerio de la Postergación, El Niño Jesús de la Parvedad, el Banco Cabal o la iglesia de la Extremaunción, entre otros muchos.

En definitiva, una nueva versión de la comedia humana, protagonizada por seres de carne y hueso, abocados al devenir de unos acontecimientos que no pueden domeñar, porque todo está en manos del caprichoso destino.

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