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Hipólito G. Navarro, un autor muy experimental.
«El cuento es una obra de arte en sí mismo»
LANZAMIENTO

«El cuento es una obra de arte en sí mismo»

Hipólito G. Navarro publica 'La vuelta al día', una serie de relatos escritos por el autor onubense durante los últimos doce años

ELENA SIERRA

Lunes, 14 de noviembre 2016, 23:07

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Hay historias que hay que empezar por el final. Y si hablamos de la protagonizada por Hipólito G. Navarro en la Literatura, teniendo en cuenta que es uno de los autores que más experimenta con lo que escribe, se pueden narrar varios.

Uno muy bien puede ser la frase de una de sus amigas lectoras, que le dijo que había decidido comenzar la lectura de su último libro por los cuentos más cortos. Esto le rompe del todo los esquemas al escritor porque se ha pasado los últimos doce años guardando los relatos que aparecen en 'La vuelta al día' (Páginas de Espuma), construyéndolos y reconstruyéndolos, retocándolos, cambiándolos, preparando una estructura en la que todos ellos encajen para que los lectores puedan entenderlos mejor, o para que vean que hay relación entre unos y otros, y esto no es solo una recopilación sin ton ni son... «Y resulta que al final, en realidad, la estructura es solo para mí, que los lectores no la necesitan», dice el de Huelva (1961). Menos mal que llegó el editor a darle el último empujón, porque si no, es posible que los relatos estuvieran aún guardados en sus carpetas.

Donde estaban, por cierto, desde otro final que es muy importante en esta historia y que podría haber sido el definitivo. Hace doce años, el onubense entregó a la editorial Seix Barral el montoncito de papeles titulado 'Los últimos percances' y, cuando se lo devolvieron convertido en libro, se lo llevó corriendo a su madre, que estaba al final de su vida en el hospital. Ella le dijo que era una pena el título, que, por lo menos, podía haber usado 'los penúltimos', por si acaso. Pero el autor se ha mantenido fiel al título hasta ahora, todo hay que decirlo: ha publicado algunas cosillas en estos años, pero libro de relatos no. El que se editó en Páginas de Espuma con el nombre 'El pez volador' era una selección de cuentos ya conocidos en el mundillo a cargo de su amigo Javier Sáez de Ibarra (y encima ganó el premio El Público de Narrativa 2009).

«Y lloro...»

Hablando de 'El pez volador', para el que Sáez de Ibarra escogió los relatos con carácter más autobiográfico de Navarro... Partiendo de ahí puede escogerse otro final: «El que abre una puerta a otro lugar», dice el autor. Lo insinúa el cuento que cierra el volumen 'La vuelta al día', pero aún no sabe si podrá llegar a cruzar la puerta por completo, porque aunque, en los últimos tiempos, es consciente de que todo lo que escribe bebe de muchas de las cosas que ha vivido, encarar el gran tema de su infancia y juventud no es cosa fácil. «Hay algunos textos en carpetas que no me he atrevido a tocar hasta hace poco». Son los que, de un modo u otro, lo conectan con la historia familiar. Tiene la costumbre de leerse en voz alta para saber si ha terminado la escritura de un cuento, y con esos no puede hacerlo. Le da por llorar, como al narrador de ese cuento que termina con «Y lloro, me cago en la literatura, como ya no me creía que fuese capaz de llorar».

Porque hablan de otro final, el de su padre, y lo que supuso para él vivir con aquel hombre. «Era un alcohólico que se suicidó lentamente a base de tanto beber, al que yo tenía que ir a recoger a veces a los bares o al cuartelillo, un emigrante en Alemania que, cuando volvió a casa, la verdad es que no nos dio buena vida», recuerda ahora el hijo. Había días en los que el adolescente le hacía compañía en la cama de hospital por encargo de la madre, que «me decía que ya sabía que iba a estar unos días en coma, pero que había que asegurarse de que respiraba». Y el niño iba, se acercaba a aquel cuerpo y vigilaba su respiración.

Y es que el padre murió y Poli, que había deseado su muerte, se sintió culpable durante años. «Muchos relatos estaban ocultando cosas que a mí me dolían, ahora me doy cuenta», asegura. Menos mal que tenía las lecturas, todas las lecturas de los grandes cuentistas latinoamericanos, como «refugio». Cortázar, en cuya memoria escribe a menudo, del que toma el nombre de su último libro y a quien mucho le deben los once primeros relatos del volumen; y Rulfo, «al que admiro por lo poco que escribió y lo bien que lo hizo. ¿Para qué más?», dice y señala a continuación que si éste fuera su último libro de verdad no pasaría nada. Solo sería un final.

Con Cortázar y Rulfo, entre otros, puso fin a una manera de mirar el mundo y aprendió otra, que falta le hacía. Porque en «la triste y gris vida de la sierra de Huelva» de los años sesenta y setenta hacían falta cosas con color. Y eso eran los cuentos para él. Y las palabras. «Me gusta mucho el juego, de niño los chistes; aportaban color. Me fascinaba la asociación de ideas y de palabras. Por ejemplo, oír a alguien decir 'jodidamente bonito'. ¿Jodidamente bonito? Es que algo como eso te deja tiritando». Así comenzó a juguetear con las estructuras y las palabras en sus propias creaciones literarias, y a adorar el cuento como «una obra de arte en sí misma, cada uno es un ente. Otros géneros no permiten ese juego con el lenguaje ni la forma». Él tiene uno construido a base de frases interrogativas. «Es un personaje que duda tanto que solo podría expresarse así».

Son ese tipo de vivencias las que han conformado, al final, una voz narrativa en la que el humor no parece un recurso más, sino algo intrínseco, inseparable del narrador. Dice Navarro que cree que le venía de fábrica. «O te ríes un poco de ti mismo o lo llevas crudo. Te ayuda a convertir las tragedias en pluses, que si no...». Y luego está el paso del tiempo, que también hace lo suyo. Lo que antes dolía leer, ahora apunta en una dirección interesante. La de aceptar el legado familiar, lo único que ha heredado de su padre, y descubrirlo a medida que escribe. «Todo aquello me ha conformado y me ha dado lo que soy. De ahí he nacido yo. Gracias a él soy quien soy y creo que ahora puedo contar hasta eso con cierta ternura». Para poder ponerle un final, claro, pero sobre todo otro principio. A ser posible, con humor. «Si el humor me quisiera acompañar y proteger un poquito más...».

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