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LUISA IDOATE
Martes, 12 de julio 2016, 01:28
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Que el libro se lea. Ése es el deseo que ata a su autor con el editor que decide publicarlo. A partir de ese momento, arranca la mejora y el pulido del texto, el diseño y la promoción del ejemplar, para intentar que ocupe un lugar privilegiado en las librerías, acapare la atención de los medios y consiga tantos compradores como lectores y alabanzas. Es un trabajo extenso, complejo, minucioso y discreto. Y tan invisible que algunos profesionales reivindican un 'copyright' para proteger todas las aportaciones creativas que mejoren la autoría.
«Tanto discriminas, tanto vales». Así resume su trabajo de editor Alejo Cuervo, responsable de la versión española de 'Juego de Tronos', de George R. R. Martin. «Cuanto más diferencias el talento de la moda, más capacidad de acertar tienes». Pero, de entrada, necesita que el libro le motive. «Solo me comprometo y animo a ponerlo en marcha cuando el texto me enamora». Esa atracción alimenta su poder de convicción para lograr que otros se acerquen a él. «Enfoco el oficio como un vicioso proselitista. Quiero dar a conocer mis vicios y demostrar que valen la pena».
Cuervo tiene claro que la edición puede convertir en bueno un mal libro. «Sí, por supuesto». Algunas obras anodinas en origen se transforman en 'best seller' con su traducción, señala. «Les arreglan el estilo, lo reemplazan por otro con más gancho. El lector no debería notar si el texto es original o traducido, aunque eso no ocurre habitualmente». Advierte que nada de esto sirve sin una estructura narrativa de fondo que aguante. «Pero el impacto del estilo en la prosperidad de una historia es altísimo. La gracia no es del chiste, sino de cómo te lo cuentan. Eso es el estilo en realidad».
¿Cómo encaja sus correcciones George R. R. Martin? «En realidad, nos tiene un poco de envidia». En Estados Unidos se respeta la 'edición canónica', que no se toca y sufre mínimos cambios, explica. «Es un arma de doble filo porque, si el autor mete la pata, las modificaciones necesarias tampoco se hacen». Para él, todo texto es mejorable. «El trabajo no se acaba, decides acabarlo. Cuando la relación entre logro y esfuerzo es desproporcionada, hay que parar». El momento depende del perfeccionismo de cada cual, matiza. «Personalmente soy bastante puñetitas». Sabe que algunos autores «se rebotan muchísimo» ante cualquier crítica. Lo entiende. «Hablamos de creación y no siempre encajas que alguien venga dando lecciones; a lo mejor tampoco tiene razón, ojo».
Como editor, el copropietario de la editorial Gigamesh cree aportar bastante. «Todos tenemos vicios idiomáticos. Nadie escribe en castellano perfecto ni está exento de errores. En la corrección de estilo, varios ojos ven más y dejan el texto más afinado». Lo considera un trabajo creativo, una contribución a la autoría. «Para protegerlo, hemos inventado el 'níhil óbstat' que aparece en la página de créditos, bajo el 'copyright', y engloba todo lo que la edición aporta a la propiedad intelectual». Es un guiño al visto bueno eclesiástico, «al rollo papal».
Sugerencias
«Estar cerca del lector y ponerle en la librería lo que él quiere, y, a la vez, apoyar y aconsejar al autor». Ésas son las metas que se marca Blanca López, editora de Planeta. «Tu labor es filtrar. Primero cribas todo lo que te llega; luego haces sugerencias al autor». Su corrección es «solo estilística» y ajustada al libro de estilo de la empresa, que busca un estándar y evita personalismos. «Proponemos al escritor las modificaciones estructurales para que reflexione sobre ellas y las interiorice y haga él mismo. La editorial no asume normalmente la reescritura, pero tiene que haber una lectura más allá de la errata para saber si el libro va a gustar y convencer al lector».
Hay creadores que no dejan tocar su texto, admite. «Eso tienes que dejarlo claro desde el comienzo, cuando alcanzas un acuerdo con él». Luego, lo normal es que exista cierto tira y afloja. «Pero, si ves que hay una serie de cambios esenciales que él no acepta -una vez superada la mano izquierda y la diplomacia-, pues no publicas ese original». Acompasa la relación con los autores a sus caracteres. «Los tutelas según sean o no inseguros y requieran más o menos opiniones sobre el libreto. Tienen su amor propio, no quieren que nadie les vaya dictando qué escribir. Eso es lo que yo conozco y nosotros trabajamos».
Para la ejecutiva de Planeta, cada negociación es diferente. «Es lógico. El libro es algo tuyo, muy íntimo. Has pasado muchos meses en soledad con ello y viene alguien y te dice: 'No me gusta'. No es fácil, claro». Al final llega el entendimiento, añade, «porque intentas ser objetiva buscando el bien de la obra y ellos se dan cuenta». Quienes proceden de la autoedición ya no querrán regresar a ella, vaticina. «Los escritores son solitarios por naturaleza, pero con nosotros se sienten muy acompañados porque estamos habituados al trato humano. Se encuentran profesional y emocionalmente respaldados y no quieren la soledad de autoeditarse».
Reivindica el trabajo de los correctores. «A los nuestros, los valoramos mucho y les pagamos las tarifas del mercado. Hay una relación directa entre los sueldos y la piratería; con ella, todos nos hemos tenido que ajustar». No cree que las pequeñas editoriales mimen más los libros por definición. «A veces, sí, pero no necesariamente». En cuanto a los 'hombres orquesta' que lo hacen todo en ellas, ataja, pueden ser minuciosos y también no serlo por falta de tiempo. «Una calidad media es más plausible en una empresa grande, porque hay un mínimo de corrección; en las menores, puede haber una calidad suprema o todo lo contrario. Y los editores pueden ser buenísimos, independientemente de donde estén».
Nadie convierte en buena una mala novela, advierte. «Claramente, no. El libro tiene que tener algo; si no, no merece la pena el esfuerzo. Necesitas una base con la que trabajar. Donde no hay, no hay». Al revisar un original, sopesa constantemente los pros y contras. «Vas viendo qué puede pasar con él, para bien y para mal». A la hora de reclamar méritos, López lo tiene claro: «El autor es el que da la cara por el libro, el que se juega su imagen y prestigio. Es él quien lo ha escrito y tiene que llevarse el rédito». Ellos se limitan a constatar su edición en los créditos del ejemplar. «Lo que nos toca y punto. Estamos más que compensados. No somos autores frustrados, somos editores».
Arquitecto y albañil
Para José Antonio Menor, de Léeme Libros, «la labor del buen editor ha sido y es seleccionar y elegir lo que cree mejor y tiene un publico más amplio». Especialmente hoy, ante las múltiples plataformas de autoedición con las que los autores colocan una avalancha de títulos en el mercado. «En muchos casos son la vía de escape para libros de calidad, rechazados por ser una apuesta demasiado arriesgada». Quien triunfa autoeditándose, ahonda, acaba entrando en el mercado tradicional que aporta un valor extra a su producto. «Alguien apuesta por ti y se 'asocia' a tu carrera, y tiene detrás una maquinaria muy positiva para tu trabajo».
Compara el libro con los planos de un edificio: el escritor es el arquitecto que los diseña y el editor, el albañil que los convierte en realidad. ¿Hasta dónde interfiere el segundo en el trabajo del primero? «Si veo que una pared torcida se va a caer... Puedo meterle al texto toda la mano necesaria para que cualquier persona lo lea sin problemas». Sabe que deberá «discutir al autor», ponerse en la piel de las personas a quienes se dirige y plantearse si el mensaje les llega con la nitidez necesaria. «Eres el abogado defensor del lector. Tienes el compromiso de ser honesto con el libro, porque somos los responsables ante el público».
Si los originales están muy bien escritos, hay poco que tocar. «Pero a veces no resultan suficientemente claros». Eso ocurre especialmente con los contenidos de muchos ensayos, especifica Menor. «Algunos autores son muy expertos en un tema, pero no son conscientes de que les tiene que entender todo tipo de gente. Ningún lector debe sentirse excluido. Tienen que poder acercarse al libro sin necesitar un diccionario». En la fantasía, acepta más licencias. «Es una creación, y respetas la personalidad del autor y su libertad artística. Tampoco imaginas al editor del 'Ulises' de Joyce diciéndole: 'No se entiende'».
Menor presume de conocer los recovecos de los títulos que edita, para defenderlos tanto como sus autores. Los numera, salpica sus guardas de complicidades con el creador y hasta recomienda en ellas libros de la competencia. Y fundamentalmente deja trabajar a los profesionales que los realizan. «Si contratas talento, tienes que permitir que fluya. Al final, el que firma el libro es el autor y las editoriales somos invisibles».
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