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Dibujo realizado por el pintor Antonio Martínez Mengual para ilustrar la entrevista de Pedro Olalla. El prestigioso helenista y escritor conversó con 'Ababol' durante su estancia en Murcia, donde participó en el ciclo 'Miradas sobre Grecia'.
«No nos gusta ser responsables; nos dejamos llevar»

«No nos gusta ser responsables; nos dejamos llevar»

Lo dice Pedro Olalla (Oviedo, 1966), prestigioso helenista, ensayista y experto en la Grecia contemporánea: «Encuentro consuelo en la belleza y en la virtud, las dos cosas que persigo y que me gusta reconocer en los demás»

ANTONIO ARCO

Viernes, 17 de junio 2016, 08:17

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Pedro Olalla Helenista y escritor

Lo dice Pedro Olalla (Oviedo, 1966), prestigioso helenista, ensayista y experto en la Grecia contemporánea: «Encuentro consuelo en la belleza y en la virtud, las dos cosas que persigo y que me gusta reconocer en los demás». Olalla, intelectual guerrero en el fondo y sereno en las formas, nada contracorriente, mantiene alerta un voraz apetito de conocimiento y verdad y, en la editorial Acantilado, acaba de publicar su nuevo libro: 'Grecia en el aire'. La entrevista con 'Ababol' se realizó durante su reciente visita a Murcia para participar en el ciclo 'Miradas sobre Grecia', coordinado por las profesoras de la UMU, Alicia Morales y Carmen Martínez.

-¿Qué paralelismos encuentra usted hoy entre Grecia y España?

-Mi impresión es que, observando tan de cerca la realidad griega, en especial durante estos últimos cinco años en los que estamos metidos en este proceso denominado crisis, he tenido la ocasión de hacer muchos paralelismos con España y de comprobar que, tristemente, cosas que suceden en Grecia, a continuación se verifican igualmente en España; Grecia está siendo la antesala de muchas cosas que después suceden en España.

-¿Pero 'España no es Grecia'?

-[Risas] Por mucho que se insiste desde las instancias oficiales en que España no es Grecia -algo que se dice con una cierta sensación de alivio, incluso de desprecio-, los hechos y las cifras reales están ahí: España está igualmente endeudada, la situación de paro es endémica y está en los mismos niveles que en Grecia, y no puede decirse que la corrupción aquí sea menor; tengo la percepción de que, incluso, es mayor. El problema de los desahucios y de la vivienda también es mayor que en Grecia, y la dependencia de los mercados económicos y de los dictados del núcleo duro de poder de Europa es exactamente la misma. El grado de soberanía está a los mismos niveles en ambos países. Realmente, España y Grecia se parecen mucho, aunque a España le guste decir que no se parecen tanto.

-¿Cómo hemos llegado a esto y qué responsabilidad tenemos los ciudadanos?

-Por mucho que se nos expone esta situación como un problema económico, financiero y endémico de Grecia, y no como un problema epidémico de Europa y del mundo en general, la causa más profunda no tiene nada que ver con las causas que nos presentan. La causa más profunda es únicamente una: la utilización de la política para servir a intereses particulares. Y la responsabilidad que tenemos los ciudadanos de eso es una responsabilidad directa, por supuesto -en el sentido de que tenemos que implicarnos en la elección de nuestros gobernantes, y sobre todo en las tareas de control de su Gobierno-, pero es una responsabilidad mucho más limitada que las que tienen los propios gobernantes, y los propios centros de poder en ambos países y en las instituciones internacionales.

Los ciudadanos somos responsables de esta situación en cierto modo, pero mucho más responsables son esos que quieren, precisamente en estos momentos, diluir su responsabilidad en el conjunto de la población y decir que todos somos responsables y tenemos que pagar para que así se evite buscar responsabilidades directas, que las hay, con nombres y apellidos, en quienes ocupan puestos de mayor responsabilidad.

-¿Por qué nos dejamos manipular?, ¿por qué somos tan olvidadizos?

-Porque, en el fondo, no nos gusta ser responsables. Nos gusta dejarnos llevar, y eso es algo que está reñido, por naturaleza, con una verdadera democracia, porque la democracia no se puede concebir sin ciudadanos activos, responsables, libres y decididos a ejercer sus derechos y sus obligaciones y a hacerlos valer. Vivimos en unas democracias que lo son solo en apariencia, que ofrecen una coartada y una imagen más presentable a auténticas oligarquías encubiertas. Y mientras el Estado de bienestar nos es relativamente favorable, preferimos olvidarnos de esa situación y dejar de ejercer nuestras responsabilidades, y de exigir nuestros derechos. Nos acomodamos en esas situaciones y nos hacemos las cuentas felices de que vivimos en una democracia, pero cuando las cosas se ponen feas nos damos cuenta de que ese poder, al que nosotros estamos renunciando, y que es tan fundamental para el funcionamiento sano de una democracia, siempre habrá gente muy dispuesta a apropiárselo.

-¿Y entonces?

-Difícilmente saldremos de esta situación, porque en cuanto abran un poquito el grifo del crédito, y refloten un poco las economías domésticas, daremos todas las medidas por bien aplicadas y por buenas, y nos parecerá que la crisis ha terminado; pero, desgraciadamente, nunca habrán ganado tanto en tan poco tiempo.

-¿Qué impresión le causan las imágenes de políticos corruptos siendo aplaudidos por sus seguidores?

-Lamentable. El ciudadano, en una democracia, debe ser el portador libre, activo y responsable de la esencia política de la sociedad; desgraciadamente, en estos momentos no hay muchos ciudadanos que respondan a esa definición.

-¿Qué hay, entonces?

-Más que ciudadanos, lo que hay son clientes y beneficiarios de las políticas interesadas de las propias élites políticas; además, a muchos de ellos les gustaría emular a ese tipo de 'triunfadores' a los que ovacionan. Realmente, si fueran ciudadanos con virtud política, que es lo que demanda una democracia, su actitud sería muy diferente.

-¿Qué les interesa a las aparentes democracias de las que habla?

-Cultivar la desinformación y el desapego político, cosas que van contra la propia esencia de la democracia. La democracia es un sistema que se basa en la virtud política de los ciudadanos, y sin ella carece totalmente de base. Sin embargo, nuestros sistemas son increíblemente condescendientes con los tibios, con los desafectos, con la gente que se conforma con ir a votar, si acaso, cada cuatro años, pero que no aspira a ningún otro tipo de participación política; y lo son porque ésos son, precisamente, los ciudadanos que más les interesan. Sin embargo, a la gente que es activamente política, incluso radical desde su punto de vista, porque no hay que olvidar que el proyecto de la democracia es un proyecto radical -que el poder sea compartido por el conjunto de los ciudadanos es un proyecto muy radical-, se la estigmatiza y se considera peligrosa para el propio sistema cuando, realmente, la democracia no peligra por el radicalismo de unos pocos, sino que peligra por la indiferencia de los muchos, la desafección de los muchos y el desinterés de los muchos; y eso es lo que tenemos en nuestra sociedad, y eso es lo que se favorece desde las propias instancias gubernamentales que, en el fondo, no desean que haya una democracia.

-¿Qué le resulta a usted esperanzador?

-Me parece importante todo movimiento que lleve a la concienciación de la población y a la participación en la política. Lo que no podemos esperar es que haya algún día una democracia sin implicación de los ciudadanos. En una época tan lejana como los tiempos de Solón, ya se privaba de derechos políticos, por ley, a quien no los ejerciera. La falta de participación en la política era considerada una razón para desposeer de derechos políticos a la persona que, en realidad, no deseara tenerlos. Eso es algo que en estos momentos nos parece, incluso, surrealista, pero que sin embargo está en la propia esencia de la democracia. Aunque es cierto que nosotros estamos acostumbrados a ser ciudadanos, más bien, al estilo del republicanismo romano que de la democracia ateniense. Es decir, ser ciudadanos como una especie de sujetos pasivos de derechos, a los que se provee de algunas garantías, por ejemplo ante el propio Estado, o se hace beneficiarios de algunos servicios; pero no ciudadanos a la griega, en el sentido de portadores de la esencia política de la sociedad, y de personas, como definía Aristóteles al ciudadano, con la capacidad para gobernar y juzgar. Ese otro perfil, el de ciudadano ateniense, que es el perfil en el que se sustenta la democracia como proyecto histórico, no coincide en absoluto, ni con la voluntad de la mayoría de los ciudadanos, ni con las prácticas que se aplican desde las cúpulas.

-¿Cree usted que Syriza era la mejor opción de Gobierno en Grecia?

-La opción de que ganara Syriza en las elecciones del pasado enero era la mejor de las que había en esos momentos, porque era la única capaz de desplazar del Gobierno a toda una serie de políticos colaboracionistas con los planes de extorsión y de saqueo a los que está sometido el país en los últimos cinco años. Si hubiesen vuelto a ganar los mismos, la verdad es que las esperanzas estarían totalmente perdidas.

Decepción

-¿Le está decepcionando la gestión del Gobierno de Alexis Tsipras?

-Bueno, Syriza es un partido que se presentaba como una opción de ruptura y, en realidad, lo que está resultando ser es continuista. ¿Por qué? Porque Syriza, y ya lo dijo su líder, Alexis Tsipras, incluso antes de ganar las elecciones, en sus comparecencias en Estados Unidos, no estaba dispuesto a romper con los compromisos de los socios europeos, y estaba dispuesto a darle una continuidad al Estado, a mantener al país dentro de la Unión Europea y, por supuesto, dentro de la unión monetaria. Y sin romper esos huevos no se puede hacer una tortilla diferente; en estos momentos, Syriza se está viendo obligado a hacer una política, aparentemente rupturista, pero en esencia continuista. Está llevando a cabo algunas medidas muy superficiales para aliviar la situación de los ciudadanos más desfavorecidos, pero en el fondo lo único que están haciendo es afinar con el beneplácito de los acreedores las condiciones del endeudamiento crónico para el país.

-¿Cabría otra opción?

-Sí, la opción de romper con todos esos compromisos, de coger las riendas y el destino de Grecia en sus manos y no dejarlos confiadamente en las manos de los acreedores. En estos momentos, las negociaciones que está llevando el Gobierno de Syriza con la Troika no es más que un afinar las condiciones del endeudamiento, porque en el fondo ha reconocido, de manera implícita, la deuda y su viabilidad y ha consolidado el acuerdo de préstamo; en el fondo, este Gobierno se ha obligado a guardar fidelidad a la Troika y a someterse a su control para aplicar cualquier medida política: incluso se ha comprometido a que estas instituciones sean las supervisoras de la política de su Gobierno, y a utilizar los préstamos del Fondo Europeo de Estabilidad Financiera solo para recapitalizar a la Banca y no para políticas sociales o de desarrollo; todas estas cosas las ha firmado. Es decir, Syriza está afirmando las mismas políticas que estaban aplicando los gobiernos anteriores.

-¿Qué propone usted que se haga?

-Tener una actitud rompedora. Lo que debería haber hecho un Gobierno soberano, y votado para la ruptura, es lo que no se ha hecho desde el principio de esta crisis, y lo que cada vez resulta más difícil de llevar a la práctica: en Grecia habría que detener de inmediato el pago de la deuda. No se paga. Se debería auditar la deuda ejerciendo el derecho que reconoce la propia Unión Europea de auditar una deuda cuando un país se encuentra en grandes dificultades de financiación macroeconómica; y, por otro lado, negar la propia legitimidad de la Troika, porque el propio Parlamento Europeo -el 14 de mayo de 2014- adoptó una resolución en la que decía que las prácticas de la Troika eran anticonstitucionales e iban en contra del propio derecho originario de la Unión Europea.

Habría que poner de manifiesto la inconstitucionalidad de esos procesos, por los que fueron aprobados los sucesivos memorandos y el acuerdo de préstamos, y declararlos nulos; y llevar a todos los artífices de estos acuerdos a los tribunales internacionales, porque hay estudios que demuestran que esos programas contravienen el propio derecho originario de la Unión Europea, o incluso otros derechos recogidos en la Carta de Naciones Unidas o en la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea; derechos como la vivienda, la sanidad, la educación, el salario justo, la negociación colectiva... Esos derechos, que son base de nuestra Constitución Europea, están siendo dinamitados por los propios acuerdos. Lo único que están haciendo es estudiar cuidadosamente, y de común acuerdo, las condiciones para seguir endeudados y colonizados.

-¿No cree que la desobediencia, esa ruptura que propone, conduciría a Grecia al caos y, por supuesto, a abandonar el euro?

-Esa retórica apocalíptica que muchos emplean es la que nos está llevando a la destrucción total. Es necesario romper ese mito. ¿Se imagina una Grecia con un 4,5% de crecimiento anual, con pleno empleo, con ciudadanos con capacidad de ahorro, sin desahucios y con posibilidades de comprarle una casa a los hijos? Pues bien, esta situación que ahora nos parece de ciencia ficción, es en la que se encontraba Grecia antes de entrar en el euro, apenas hace quince años. Ahora, sin embargo, el índice de paro ha aumentado el 190%, han cerrado unas 300.000 empresas y se ha suicidado en los últimos cinco años más de una persona al día de media. Cualquiera de estos datos sería suficiente para desacreditar a cualquier gobierno; sin embargo, nos parece todavía que no podemos hacer otra cosa que no sea seguir porfiando en esta dirección. No es verdad que Grecia se quedaría aislada, el país está mucho más aislado ahora de lo que lo estaba cuando podía hacer sus acuerdos bilaterales con países de todo el mundo, que cuando podía utilizar su moneda como una herramienta política para hacer política monetaria. La moneda no es un elemento de cambio, es una herramienta política, y eso lo hemos olvidado porque, entregando nuestra moneda al euro, hemos entregado también nuestra soberanía, y eso debe decirse claramente.

Yo no digo que la solución inmediata a todos los problemas sea volver a la moneda única y romper con la Unión Europea, lo que digo es que Grecia no tiene posibilidad de vida y de futuro dentro de la moneda única y dentro de la Unión Europea. Por supuesto que habría que aplicar otras muchas medidas, pero solo así habría capacidad de crecimiento real.

En estos momentos, la economía de Grecia, tal como está, tiene una deuda exterior que supera el 170% del PIB; eso es absolutamente inviable, esa deuda no se puede pagar. En estos momentos, a cada ciudadano griego le corresponderían más de 30.000 euros de deuda, y eso no lo puede pagar Grecia ni con un índice de crecimiento superior al de China. Todo esto lo saben los políticos, lo saben los banqueros y lo sabe todo el mundo, pero no se atreven a decirlo claramente; ¿por qué?, pues porque les vale con que sigan atendiendo al pago de los intereses. Pero, ¿a dónde vamos? Si es que, además, lo que les interesa en estos momentos ya no es, ni siquiera, la población; les interesa el solar, quedarse con los recursos. En estos momentos, Grecia está siendo sometida al mayor plan de privatizaciones del mundo. De una vez por todas hay que poner las cartas sobre la mesa y decir claramente lo que significa la permanencia en la Unión Europea, lo que significa la permanencia en el euro, lo que va a significar para las generaciones posteriores. No es cierto que si Grecia volviese a la dracma retrocedería a las cavernas; Grecia no estaba en las cavernas en la época de la dracma. Hay que ver qué riesgos tiene salirse de este marco, pero también hay que ver y explicar claramente los riesgos que tiene quedarse.

Compasión

-Compasión, sabiduría, belleza. ¿Están amenazadas?

-Sí, por desgracia. Son tres pilares muy importantes de la herencia humanista griega. La compasión, entendida como la capacidad de ponerse en el lugar del otro y entender su sufrimiento. Quizás está en los principios de la democracia, mucho más allá de la propia idea de Justicia, la de que, en el fondo, la Justicia última es la piedad. Y ahí tenemos a Antígona simbolizando esta idea, la de que hay una especie de ley de humanidad, de ley natural, que está por encima de las leyes coyunturales. Es evidente que hay personas cuya altura moral está por encima de las leyes vigentes. Ese sentido de la piedad es muy importante en la concepción humanista griega y es uno de los principios sólidos de la democracia.

-¿Y el conocimiento?

-Otro de los grandes pilares de la herencia griega. Se buscaba el conocimiento en libertad. La griega es una civilización construida frente al dogma, que es uno de los pilares básicos de otras civilizaciones. Un conocimiento que se gesta en el diálogo, que se aquilata en el diálogo, en la experiencia y en el trato con la naturaleza y con la realidad; un conocimiento que se genera de manera científica y que se busca de manera filosófica, pero que no constituye algo cerrado.

-¿Por qué en España se apuesta tan poco por las Humanidades?

-Evidentemente, este tipo de democracias aparentes no están interesadas en el pensamiento crítico; para ellas, la educación debe ser más una cuestión instrumental que una cuestión que realmente haga a los hombres libres. Los griegos antiguos que inventaron la democracia la sustentaban en una educación que consistía en educar para la virtud política: dar al ciudadano la capacidad de discernir, de juzgar, de razonar, de argumentar, de compartir; ese tipo de educación está siendo cercenada de nuestros planes de estudio no para economizar recursos, sino para minar la disidencia.

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