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IÑAKI EZKERRA
Viernes, 17 de junio 2016, 07:54
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En su nueva novela, la escritora francesa de origen turco nos lleva hasta la capital del Imperio Otomano, en pleno siglo XVI, de la mano de un joven aprendiz del arquitecto Mimar Sinan
NOVELA
La escritora francesa de padres turcos Elif Shafak se dio a conocer internacionalmente en 2006 con 'La bastarda de Estambul', una novela que mezclaba la aventura existencial de una joven que viajaba desde Arizona a la que fue capital del Imperio Otomano para conocer los orígenes de su familia armenia con el genocidio que sufrió esta comunidad a manos del Gobierno de los Jóvenes Turcos en el primer cuarto del siglo XX. Al gran éxito del libro contribuyeron cuatro hechos: el mensaje tanto político como humano que contenía éste y que le acarreó problemas serios en ese país con la Justicia al ser acusada de ofender al pueblo turco; el mensaje feminista que insinuaba el grupo de mujeres con los que la protagonista establecía relación y que constituían un genuino matriarcado familiar; los colores y aromas exóticos que ilustraban la postal turística en el texto y, finalmente, que dicho clan femenino era experto en cocinar platos especiados cuyas misteriosas recetas daban fe de una sabiduría y una magia ancestrales. Con este último ingrediente novelesco -el de la mística gastronómica-, Elif Shafak repetía una exitosa fórmula de la que fue pionera Laura Esquivel en 1989 con 'Como agua para el chocolate', una novela no exenta de realismo mágico que relacionaba los amores de su heroína y sus atavismos familiares con la cocina típica mexicana. Lo que revelaba 'La bastarda de Estambul', en fin, no era una escritora genuinamente étnica sino dotada de la malicia comercial propia de una autora de 'bestsellers'.
En esa habilidad reside precisamente la gracia de 'El arquitecto del Universo', la última entrega novelística de Elif Shafak, que nos traslada al Estambul de principios del siglo XVI al que llega Jahan, un niño de doce años en compañía de un elefante blanco llamado Shota, con el que conquistará su futuro en esa ciudad. Quien espere encontrar en esta obra una novela histórica saldrá decepcionado porque lo que se nos cuenta en ella es más bien una fábula oriental pese a que el marco espacial-temporal sea, en efecto, el del Estambul de la época y pese a que se aluda de manera fidedigna a personajes y acontecimientos históricos. Lo que hace la autora es mezclar con fortuna los géneros: el histórico con el fantástico, con el iniciático y el de aventuras así como elementos de la tradición árabe con otros provenientes del realismo mágico. Y, así, ese muchacho que irrumpe en el relato con ese animal pintoresco tiene detrás una historia que anda entre 'El libro de la selva' y 'Simbad el marino'. Jahan ha dejado atrás, en la India, a un padrastro brutal que no le quería y el recuerdo de una madre fallecida. Cuando el elefante al que él mismo ayudó a nacer es enviado al sultán como un regalo, decide embarcarse con éste como un polizón y así consigue llegar a Turquía. El animal va a ser su amuleto de la suerte. Gracias a él entra con buen pie en la ciudad donde comenzará a trabajar como aprendiz de Mimar Sinan, el legendario arquitecto de los grandes palacios y mezquitas, y se enamorará para siempre de Mihrimah, la bella hija del sultán, una mujer prohibida cuyo recuerdo le seguirá hasta los días de su vejez con los que se cierra el libro y en los que disfrutará de Amina, una esposa sesenta y seis años más joven que él pero incapaz de eclipsar a su amor primero.
Como puede observarse, 'El arquitecto del Universo' es la antítesis de una novela realista. Redactada en una clásica tercera persona que interrumpe la voz en primera de Jahan al comienzo y al final de la obra, dibuja unas relaciones entre los cuatro personajes centrales -Jahan, Sinan, Mihrimah y Shota, el elefante blanco- que responden a un juego inquebrantable de complicidades y lealtades que no se produce en la vida real porque en ella suceden demasiadas cosas; porque en ella entra y sale demasiada gente y porque las vidas que aquí retrata Elif Shafak parecen transcurrir, al contrario, como dentro de una campana de cristal en la que se hubiera hecho el vacío. A ese enrarecimiento contribuye, sin duda, la mistificación que rodea en estas páginas al arte arquitectónico como fuente de conocimiento, como religión y filosofía así como a la tarea de «construir» y de «reconstruir» como metáfora de la existencia humana que se desmorona y se recompone una vez y otra.
Elif Shafak no construye ni reconstruye históricamente el Estambul del siglo XVI, ni las intrigas políticas ni un fresco verosímil de la vida cotidiana. Nos da otra cosa. Nos da una sugerente fabulación en technicolor que oscila de 'Las mil y una noches' a 'Los pilares de la Tierra' y que, sin ninguna duda, mejorará mucho cuando sea llevada al cine gracias a las posibilidades icónicas que ofrecen los avances en la tecnología digital.
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