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Entre miradas  al interior y el olvido de todo

Entre miradas al interior y el olvido de todo

Mientras Perla Fuertes no abandone su exigencia de exprimir la figura humana, habrá oportunidad de comprobar que no es tarea fácil, pero también, que encuentra soluciones con un abundante caudal de riqueza pictórica y de belleza expresiva en el tratamiento de las imágenes. 

PEDRO SOLER

Viernes, 17 de junio 2016, 07:58

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Mientras Perla Fuertes no abandone su exigencia de exprimir la figura humana, habrá oportunidad de comprobar que no es tarea fácil, pero también, que encuentra soluciones con un abundante caudal de riqueza pictórica y de belleza expresiva en el tratamiento de las imágenes. 'Miradas al interior' se denomina la exposición que actualmente ofrece en el Restaurante Hispano, y no hay duda de que es una evidencia clara de esos frecuentes proyectos, que se suele plantear, y que convergen en unos logros, más que notables, y, sobre todo, colmados de autenticidad.

La pintura de Perla no es simple y acertada reproducción de gestos y figuras. Por perfecta que fuese, quedaría muy limitada si no se mostrase embebida en planteamientos diversos. Por una parte, resaltan esos 'estudios geométricos', que son los que, en gran parte, actúan como símbolo perfeccionista de las imágenes, a las que aplica unos cálculos precisos de lo que se refleja en el cuadro. Se indica con esto que suele suceder, con innecesaria frecuencia, que el artista prefiera recurrir a tácticas que alejan los volúmenes figurativos de la autenticidad de cuanto deben expresar. Y cuando se actúa dentro de un realismo tan sensible como el de Perla Fuertes, el menor desliz en el uso de los adecuados cómputos para reproducir figuras u objetos desmerecería todo el empeño que despliega en el resto de la obra. No sucede así por ese afán de encuadre perfecto que en ella parece influir como elemento básico. Aún así, el valor que pueda atribuírsele tampoco debe quedar limitado a las características técnicas que se apuntan, y que podrían incluso olvidarse ante la emotividad y el primor que derrochan esas figuras inmersas en un campo pleno de suavidad expresiva. El conjunto parece, pese a todo el realismo que brota en cada cuadro, una increíble irrealidad. Esas mujeres, esas manos, esos rostros se presentan en un contexto indecible, por muy cercanas sensaciones que originen, y aunque, tras los gestos reproducidos en las obras, se escuchen, a veces, el sonido de tics a los que cualquiera recurre en momentos incontrolados. Como si se tratase de un mundo de sueños, que deseamos convertir en realidad.

Estudiar el planteamiento de cada una de estas formas debe de ser para la pintora una labor de celo y mimo, de entrega y quién sabe si hasta de obsesión. Pero es el mejor modo de transfigurar la propia obra, de inyectarle vitalidad, de saber adornarla convenientemente y de apartarla de unos senderos excesivamente trillados y comodones, como suele ser el simple retrato o la mera trascripción de cuanto el entorno ofrece.

Las precedentes impresiones sobre la obra de Perla Fuertes, que siempre quiere transmitir mensajes muy directos y expresivos, culminan en medio de una nube de colores, cubiertos de luminosidad, con tonalidades en consonancia con esas escenas y ambientes reproducidos. No se advierten ausencias cromáticas, se impone la delicadeza. Pinceladas recargadas frustrarían el recogimiento y las emociones casi idílicas en que convierte tan pura y tangible realidad.

El placer de borrar

Es difícil captar la presumible angustia interior que puede recoger el título -'El placer de borrarlo todo'- que Enrique Castañer ha asignado a la exposición que ofrece en la planta alta del Casino de Murcia. En verdad, lo que menos puede interesar al espectador es esa situación personal en la que el artista pueda estar sumido, con tanta intensidad como para desear la eliminación de cuanto le ha sucedido. Lo que interesa y agradece el espectador es la expresividad que subyace en el fondo de cada cuadro. No es fácil penetrar en la alegoría que encierra, pese a que el pintor insiste en que son muchos los espectadores que se identifican rápidamente con los significados. Pero más que estas cuestiones intrascendentes, de la pintura de Enrique Castañer hay que quedarse con lo que impacta, que podría ser cómo transforma los planos cromáticos, apenas salpicados por leves o diminutas manchas y secuencias, en base y esencia de toda una obra. También -y en esto radica su faceta más enigmática- suele trazar sobre esos planos unas contrastadas líneas de colores o espacios diferenciados, que actúan como transformaciones para hallar recónditos personajes u objetos que portan un más concreto significado.

La pintura de Castañer nunca ha tenido apariencias doloridas; más bien goza de un rectilíneo comportamiento, que ha sabido doblegar, para poder suministrarle los sentimientos de una etapa vivida o las dosis adecuadas de cambios. Se pueden borrar unas huellas personales, pero no el estilo que como pintor ha aplicado a su obra.

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