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'Figura femenina en azul', de Juan Martínez Lax.
Entre 'De arena fina' y la 'Ceremonia  de los días'

Entre 'De arena fina' y la 'Ceremonia de los días'

Atraen las policromías que ha expandido como suaves y variados tonos irisados sobre cada una de sus esculturas; pero habría que lanzarse, más directamente, a percibir y saber interpretar los gestos y las poses que Juan Martínez Lax ha aplicado a cada una de ellas, porque en esos contextos parece residir un cúmulo de misteriosas sensaciones. 

PEDRO SOLER

Viernes, 17 de junio 2016, 07:58

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Atraen las policromías que ha expandido como suaves y variados tonos irisados sobre cada una de sus esculturas; pero habría que lanzarse, más directamente, a percibir y saber interpretar los gestos y las poses que Juan Martínez Lax ha aplicado a cada una de ellas, porque en esos contextos parece residir un cúmulo de misteriosas sensaciones. O acaso, tampoco es necesario buscar más misterio que la naturalidad que cada figura demuestra, porque en su propia naturalidad radica la esencia de cada una.

En la exposición 'De arena fina', que presenta en el Palacio del Almudí, el artista no se amolda a una metodología más acabada y perfeccionista para dejar que las esculturas lancen su mensaje de intimismo. Una presunta mejoría en la configuración quizá sería capaz de dañar la espontaneidad que brota, incluso en el agotamiento que también muestran las esculturas, a través de esos gestos tan lacios e incontrolados. Son hechuras, maneras propias que el autor ha querido aplicar, como mejor prueba para envolver el conjunto en una situación variopinta, pero en la que no asoma un desmarque que chirríe. Son figuras que parecen ausentarse del papel que están desempeñando; que se revelan alejadas del entorno, y que vagan más fijas en su intimidad que en las sensaciones corpóreas que deban difundir. Incluso sus rostros anónimos, a veces de trazados geométricos, quieren transmitir algo más que ausencias: la necesidad de universalizar esas sensaciones, sin la obligatoriedad de ajustarse a unos cánones precisos.

Martínez Lax ha convertido el barro en unas piezas colmadas de melancolía y de vigor, que desprenden emocionantes efectos de armonía. Sin salir de unos principios estéticos de profunda raigambre, les ha imprimido unos toques muy personales, que provocan el signo de la identificación, pero también les dan alas para ampliar su significado, más allá de estampas concretas y decisivas. Parece que el autor se ha recreado en ese juego de preguntas que intentan hacerse las propias imágenes, como queriendo explicar el sentido de esos gestos ya indicados, que son, en realidad, los que les confieren las pautas de vivacidad. Es como una representación, como un desfile de modelos, en el que, libres de artificiosos ropajes, los protagonistas hacen gala de su desnudez, con la que demuestra la autenticidad de sus atributos y la elegancia de sus movimientos. Y es una desnudez limpia, en la que no se advierte la grosería que con frecuencia se convierten en signo primario; incluso se palpa en el conjunto unos aspectos, si no de marcada espiritualidad, sí de síntomas de meditación, quizá la respuesta precisa a su intimismo. Con esta exposición, en la que se aúnan esculturas de muy diverso tamaño, Martínez Lax ha demostrado su interés por no amoldarse a una formalidad dominada.

Francisca Fe Montoya, en Chys

Limitar a meras ilustraciones los cuadros que Francisca Fe Montoya presenta en Chys puede tratarse de un arriesgado intento de esquematizarlos excesivamente; y situarlos preferentemente en el campo del cómic sería convertirlos en simples principios, porque no son una obra continuada sucesivamente, sino modos distintos de configurar personajes, aunque, eso sí, dentro del estilo definitivo que esta autora ha querido utilizar. Habría que hablar de un sentido eficaz y eficiente de tratar la realidad, aunque dentro de unos esquemas, que aparecen expuestos con trazos de cómic, pero que, si se profundiza en ellos, puede hallarse un significado sobre situaciones humanas muy usuales. Lo que sucede también es que a esta artista le gusta plantearse las cosas de un modo nada rutinario. Prefiere incorporar a una misma obra escenas, en las que se mezclan una realidad común, pero transformada, gracias a su interpretación artística. En ella hay que buscar lo que tradicionalmente se entiende por un mensaje propio, que cada uno de los cuadros encierra. No se pueden limitar a lo que la visión ofrece. Detrás de cada escena, se advierte fácilmente un sentido interpretativo que rompe la presunta simplicidad.

Esta 'Ceremonia de los días' -título de la exposición- traspasa la escueta escenificación de la figura que derrama su llanto, o la de las golondrinas que parecen platicar con una presumible paloma blanca. Tras esos 'personajes encubiertos' puede aceptarse la presencia de un tierno lirismo, pero también habría que aceptar cierta exigencia para entender que surgen otros momentos, en los que es incuestionable un sentido patético, un soplo de sufrimiento.

Sucede que todas las escenas están interpretadas con una metodología de corte infantil, acaso capaz de superar las restantes propuestas de cada obra. Y, sobre todo -como escribe Pascual García-, habría que fijarse en «el aire fresco de una mano suelta, creativa e irreverente», como la de Francisca Fe Montoya.

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