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El cielo es azul

La columna de la Academia ·

JOSÉ GARCÍA DE LA TORRE

Lunes, 16 de octubre 2017, 12:16

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Cosa bonita: mirar al cielo y notar cuán azul lo vemos en días despejados. Entre las cosas de Química Física que enseño, hay una explicación, que dio Lord Rayleigh hace más de cien años. La luz, blanca, del sol, es una mezcolanza de todos los colores del arco iris, que se corresponden a las longitudes de onda a las que la retina es sensible, del rojo al azul/violeta, además de algunas otras que no vemos, infra y ultra. Recuerdo nítidamente lo que me explicaban mis profesores de Bachillerato, aludiendo a cómo el prisma descompone los colores de la luz blanca, o cómo la atmósfera lo hace en el arco iris tras la lluvia.

Pero, con tiempo seco y cielo despejado, la atmósfera le juega a la luz del sol otra jugarreta. Aparte de los diferentes índices de refracción de las distintas longitudes de onda, que las separan, hay otro efecto, que me explicaron poco después en la universidad. Y es que la atmósfera no está tan vacía como parece, sino que contiene moléculas del aire, partículas en suspensión, que reciben la luz directa del sol y la dispersan, desviándola en todas las direcciones, hacia nuestros ojos. Pero, ¡ojo!, no todas las longitudes de onda, no todos los colores son desviados por igual. Lo hacen muchísimo más intensamente con los colores de la zona del azul, y muchísimo menos con los próximos al rojo. Mirando al cielo, pero no directamente al sol, la luz que nos llega no viene directamente del sol, sino que es la luz dispersada por las moléculas y partículas de la atmósfera. Y, por lo antedicho, estas dispersan mucho más intensamente la componente azul de la luz, y es este el color que percibimos.

Explicar el azul del cielo no es cosa para la que haya que recurrir a fenómenos sofisticados, de los que no estuviera informado un probo estudiante de Química hace cincuenta años. Y cuando explico el color del cielo a mis alumnos, me parece notar un espectro de impresiones: desde la sonrojante ignorancia acerca de lo que se está describiendo, a la casi ultravioleta suposición, no expresada, de que el profesor es un cuentista. No le parecería así a Lord Rayleigh. Y eso que quien primero se fijó en esa potencialidad de las minipartículas fue un tal Dr. Tyndall, un observador experimentalista. Claro, que para averiguar que esa capacidad de dispersar la luz era tan especialmente intensa para la componente azul, tuvo que aparecer un teórico, un sabio: John W. Strutt (Lord) Rayleigh. Y como académico que era, comunicó a la Real Academia de Ciencias del Reino Unido (Royal Society), en una famosa sesión académica, por qué el cielo es azul. Un Lord de la Corona británica dedicado a la ciencia, y demostrando como esta explica cosas cotidianas.

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