Borrar
Los mecanismos de la manipulación

Los mecanismos de la manipulación

La publicidad subliminal no tiene efecto alguno, pero la forma de pensar de quienes nos rodean sí termina por condicionar nuestra propia manera de ver el mundo

MAURICIO-JOSÉ SCHWARZ

Martes, 12 de julio 2016, 01:28

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La historia y la literatura, así como algunos espacios de la teoría meramente especulativa, están llenos de ejemplos de control de la conducta y la mente de las personas. Pocas cosas son tan temibles como la idea de que alguien nos obligue a hacer algo contra nuestra voluntad, especialmente si no lo hace mediante la amenaza y la coacción, sino mediante mecanismos sutiles que operen sin que nos demos cuenta.

Le tememos así a la capacidad de la publicidad, a veces sin darnos cuenta de que si fuera tan efectiva como algunos gustan de presentarla, solo habría una marca o variedad de los productos que consumimos. No habría competencias por calidad, precio, diversidad, sabores, presentaciones, colores y demás... la publicidad todopoderosa bastaría. El mito de la publicidad alcanza su más alto punto con el concepto de la 'publicidad subliminal', un fenómeno que no existe, basado en un experimento ficticio del que informó un investigador de mercados llamado James Vicary en 1957. Cuando se trataron de replicar los resultados que inventó, fue imposible. Nunca se ha probado que exista la publicidad subliminal. Y sin embargo, nos preocupa.

Aunque no sea una ciencia exacta, afortunadamente, sabemos que sí es posible manipular a grandes grupos de personas aprovechando algunos aspectos de nuestro comportamiento, especialmente el social. En los años cincuenta, por ejemplo, el psicólogo experimental Solomon Asch demostró que la gente puede dar respuestas que sabe que son falsas bajo la presión de sus pares en un grupo, o de una figura de autoridad. Su experimento original es inquietantemente sencillo: se muestra a un grupo de ocho personas una tarjeta con una línea impresa y otra tarjeta con tres líneas, una igual a la primera, otra notablemente más pequeña y otra notablemente más grande. Siete de esas personas eran cómplices del experimentador y daban, todas concertadamente, una respuesta equivocada. Cuando tocaba el turno a la octava persona, la única que realmente era un sujeto experimental, empezaba dando la respuesta correcta y mirando con incredulidad a sus 'compañeros'... pero al cabo de varios ensayos, la octava persona empezaba a 'conformarse' y a dar la misma respuesta obviamente incorrecta que los demás.

Era como si su calidad de ser social le hiciera seguir la corriente a la mayoría para no desentonar. Algo no muy distinto, podría pensarse, de las identidades sociales que se forman en la adolescencia.

El 'pensamiento de grupo', mediante el cual se conforman grupos de opiniones similares, o el 'efecto arrastre' como el que tiene la moda, que desata una reacción social en cadena, son formas en las que nuestro entorno nos hace actuar, pensar y opinar de modo distinto del que asumiríamos de modo individual.

En ese sentido, uno de los experimentos más desasosegantes es el conocido como 'La tercera ola', un ejercicio de enseñanza de la historia del nazismo a nivel de instituto que se convirtió en la radiografía de una pesadilla y en una advertencia escalofriante.

'La Tercera Ola de Jones'

En la primavera de 1967, sus alumnos le hicieron al profesor de Historia Mundial Ron Jones, del instituto Cubberley en Palo Alto, California, una pregunta que no supo responder: cómo era posible que el pueblo alemán siguiera dócilmente al nazismo, hacerse cómplice de crímenes horrendos y afirmar que «no sabían nada» de los campos de exterminio o de fingir que no tenían amigos ni conocidos judíos.

Jones se dedicó a estudiar la sociedad alemana de la época nazi y decidió hacer un experimento. Un día habló a sus alumnos sobre la belleza de la disciplina, el poder del espíritu, el triunfo sobre la adversidad y les enseñó una forma marcial y recta de sentarse. Los dejaba relajarse para luego ordenar que se sentaran correctamente, y se admiró de cómo se adaptaban sus alumnos a esta situación autoritaria. Empezó a imponer más reglas, un ambiente casi marcial. Responder de la forma adecuada era más importante que responder correctamente.

En los días siguientes, sin saber muy bien a dónde iba, según cuenta él mismo, Jones les dio charlas sobre la fuerza de la comunidad, la identidad de grupo, haciéndolos repetir lemas como «Fortaleza mediante la comunidad». Inventó un saludo exclusivo para su pequeña comunidad de adolescentes. Luego les dio tarjetas de identidad y seleccionó a tres responsables de informar de quienes no se ajustaran a las reglas. Le puso nombre a su grupo, 'La Tercera Ola', y empezó a dar tareas individuales a los alumnos: hacer la bandera del grupo, impedir que entrara al salón gente «de fuera del grupo», identificar a posibles reclutas en otros salones, denunciar a disidentes...

Fanatizar a los jóvenes

En solo cuatro días, Jones había logrado fanatizar, en cierto modo, a sus alumnos... y a otros que se saltaban sus clases para asistir a las sesiones de 'La Tercera Ola'. Para el viernes, anunció una gran reunión «solo para miembros» en la que un candidato a la presidencia anunciaría la creación del Movimiento Juvenil de la Tercera Ola. En esa reunión, Jones les descubrió que no había tal líder, ni tal movimiento. En sus propias palabras: «No sois mejores o peores que los nazis alemanes que hemos estado estudiando. Pensasteis que erais los elegidos. Que erais mejores que los que están fuera de este salón. Entregasteis vuestra libertad a cambio de la comodidad de la disciplina y la superioridad».

Jones terminó mostrándoles escenas de la gran concentración de Nüremberg de 1935, culminando con las palabras: «Todos deben aceptar la culpa. Nadie puede afirmar que no tomó parte en alguna forma». Según su propio relato, los alumnos marcharon en silencio. Ninguno de ellos habló del ejercicio sino hasta once años después.

Ron Jones considera hoy que el ejercicio fue un error que puso en peligro a sus alumnos, y se ha negado a ayudar a que se replique en cualquier otra escuela. Algo similar a lo que ocurrió con otro experimento que sobrepasó las líneas de la ética, el 'experimento de la prisión' de la Universidad de Stanford. Pero la totalidad de las enseñanzas que guarda sobre el comportamiento humano y la manipulación real de las sociedades todavía está por desentrañar por la psicología.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios