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La autenticidad del más completo relicario de la Región, procedente de Lyon, viene avalada por el sello de lacre y un precinto.

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La autenticidad del más completo relicario de la Región, procedente de Lyon, viene avalada por el sello de lacre y un precinto. Vicente Vicéns / AGM

Ruta de reliquias por la Región

Desde el siglo IV, el Cristianismo ha venerado los fragmentos de santos y mártires. Su historia es parte esencial de la de Occidente, sobre todo desde que el Concilio de Trento (1545-1563) los reivindicó

NACHO RUIZ

Lunes, 26 de marzo 2018

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Una tarde de 1995, Antonio Peñafiel Ramón, añorado profesor de Historia Moderna en la Universidad de Murcia, dio una de esas clases que nunca se olvidan, de las que demuestran que la universidad tiene sentido, que cambia la vida y orienta a las personas por el camino del conocimiento y la experiencia. Con el talento tan suyo para meterte en el relato nos contó cómo llegaron a Murcia las reliquias de San Agustín en plena plaga de langosta, cómo la población recibió con extrema solemnidad los huesos (creo recordar que el cráneo) y levantaron plegarias. El resultado era muy del Siglo de Oro: los saltamontes se fueron espantados ante la santidad de los huesos encastrados en un relicario. Desde ese día los saltamontes en Murcia se llamaron 'saragustines'. Le grandeza de la historia de las mentalidades es que hacen recuento y ponen frente a nuestra razón de ciudadanos modernos las minucias que construían la vida de la gente para que esta se pueda entender en su grandeza, y Antonio Peñafiel fue un maestro en ese campo. Ese día descubrimos que los relicarios que contienen cráneos tienen dos agujeros, arriba y abajo para filtrar el agua que luego se le daba a los niños enfermos. Si los huesos del santo habían expulsado a los malvados saltamontes y los había rebautizado, ¿cómo no iban a curar también? Después de aquellas clases en las que no memorizábamos la lista de los reyes godos nacía un profundo amor a la Historia que me acompaña todos los días de mi vida y del que es producto este artículo.

El culto a las reliquias es frecuente en muchas religiones y responde a una lógica histórica ancestral que puede ser leída en términos materialistas, el contacto con el cuerpo o las pertenencias del hombre santo debe transmitir parte de lo que de bueno tuviese. El siguiente paso en la lógica antropológica es concederle poderes y construir un relato sobre el proceso. En el Cristianismo podemos documentar este amor por las reliquias desde el siglo IV. Sabemos que San Ambrosio recogió los restos del patíbulo donde se ejecutó a los mártires Vital y Agrícola en Bolonia y los llevó a la iglesia de Santa Juliana en Florencia. Esto es de acceso sencillo, está en Wikipedia, pero para adentrarnos en lo verdaderamente interesante, las razones que llevan a este culto extraordinario, tenemos que profundizar en la historia del hombre desde su mentalidad, esto nos ayudará a conocer mejor las claves de nuestra relación con la divinidad.

El tesoro catedralicio tiene una colección de las más importantes reliquias, entre las que destaca la leche de los virginales pechos, que se licua milagrosamente el día de la Asunción, según la tradición secular

Dolor y sufrimiento

La reliquia más antigua de que tenemos constancia es una piedra con que lapidaron a San Esteban y curiosamente es San Agustín de Hipona quien nos lo cuenta. Tenemos ya en el origen un vínculo con el sufrimiento ejemplar de los primeros cristianos. En el tiempo de los emperadores cristianicidas se van creando las catacumbas como enterramientos clandestinos que pasan a ser también templos. En la criptocomunidad formada por los primeros cristianos en el imperio romano era necesario construir un discurso en el que la muerte violenta tuviese un fin ejemplarizante, esa fue la forma de crear soldados invencibles, porque al que ha muerto no se le puede matar. Esos mártires habían vencido en la muerte y, ganando la palma del martirio con la que los vemos representados en cuadros y esculturas, mandaban el mensaje que encontramos al final de la película '¿Quo Vadis?'. En el que Marco Vinicio (Robert Taylor) y Ligia (Deborah Kerr) vencen en el ejemplo de Cristo a un malvado y estúpido Nerón (Peter Ustinov). El martiro es la muerte violenta con la que se elevaba a un héroe cristiano al panteón de los vencedores de la muerte. El término viene del latín 'martyr', algo así como 'testigo' de la persecución sufrida por los que vivían en la fe verdadera. En la situación de pánico en que vivían los cristianos en tiempos de Diocleciano, por ejemplo, la forma de seguir luchando era pensar que la muerte, a la que se podían ver abocados, era un triunfo y que todo el sufrimiento que se les infringiese era medallas o escalones para ascender al cielo. Si se asumía la idea, el siguiente paso era conservar un resto físico. Con la llegada de Constantino y la proclamación del Concilio de Nicea en 381 se reconocía a los mártires como a héroes. Constantino propició el culto a los mártires y el imperio se llenó de un tipo de edificio llamado 'martirium' en el que se guardan cuerpos o pertenencias de los primeros mártires. En el Verdolay tenemos uno datado nada menos que en la primera mitad del siglo IV. Suele estar lleno de vegetación cuando no de basura, pero sus venerables restos nos hablan del Cristianismo en Murcia en tiempos previos a Constantino. En este pequeño templo de culto privado se conservaron probablemente restos de algún mártir de los primeros tiempos.

La historia de la Vera Cruz

La proliferación de reliquias en la alta Edad Media es abismal. Un libro delicioso y enorme, 'La leyenda dorada' de Santiago de la Vorágine, relata enciclopédicamente la vida de los santos con profusa información de reliquias y milagros. En él encontramos la devota vida de Santa Elena, madre de Constantino, que viaja con 80 años a Jerusalén en el 328 para encontrar el sepulcro de Cristo pero halla la cruz en que fue martirizado. Para el madero que pasa a ser inmediatamente la más santa de las reliquias se edificó el templo del Santo Sepulcro en Jerusalén. No siempre estuvo allí y cuando Cosroes tomó la ciudad en 614 se la llevó y la usó como reposapies como befa a sus enemigos cristianos. Heraclio la recuperó en el 628 y la llevó en procesión que se conmemora el día de la Exaltación de la Vera Cruz, 14 de septiembre. Cuenta la leyenda que el emperador cristiano la llevó en procesión, pero no podía aguantar su peso. Solo cuando se pudo despojar de las ropas de gala y las joyas pudo cargarla.

El cráneo de San Agustín motivó que en la huerta se llamase 'saragustines' a los saltamontes

Esta cruz se va fragmentando casi hasta el infinito con el paso de autoridades por la Ciudad Santa. El principal destino es el Vaticano, pero en la Europa de la Baja Edad Media tener un Lignum Crucis era signo de legitimidad religiosa, dinástica e incluso política. Es un tiempo en el que prolifera un comercio bastante oscuro, el de reliquias: se excavan tumbas en las colinas romanas y se asigna un nombre de santo a cada cuerpo, entonces se fragmentan y se les construye un relicario en metales preciosos para embarcarlas en un viaje que las solía llevar a Constantinopla donde se pagaban fortunas por ellas. Es un tiempo en el que el dolor era grande y la muerte, constante, en el que el miedo al fin del mundo en el milenio propició cultos muy intensos vinculados con la muerte y la vida ultraterrena. Los europeos de aquel tiempo abrazaron las reliquias como una tabla de salvación y viajaron, peregrinaron a los santos lugares para conseguir las ventajas prometidas por una iglesia más militante que nunca. Ahí surgen las grandes rutas que constituyen los caminos de la actual Europa al unir Santa Fe de Conques con Santiago de Compostela, también el camino que llevó de Francia a las cruzadas.

El comercio de reliquias fue una industria boyante en la Edad Media y el Renacimiento

Las reliquias, se quiera o no, tienen un papel en la construcción de Europa como la entendemos hoy. Una de las grandes historias es la que además nos describe la grandeza de la pujante Venecia medieval. En pleno apogeo económico la ciudad necesitaba algo: una gran reliquia. Si Roma tenía a San Pedro, Compostela a Santiago y Jerusalén tantas cosas, ellos necesitaban una reliquia de primer orden. San Marcos era el elegido. Se localizó su tumba en Bucoli, cerca de Alejandría. En el 419 ya se peregrinaba y se abandonaba con la toma de la ciudad por los musulmanes que quemaron la biblioteca. En el 828 dos mercaderes, Bueno de Malamoco y Rústico de Torcello, sustrajeron el cuerpo para «evitar su profanación» y lo escondieron, según cuenta la leyenda, entre carne de cerdo que no sería revisada por los musulmanes. Al llegar a Venecia se legitimaba el patriarcado de Aquileia, la ciudad se convertía en foco de peregrinación y legitimaba su autoridad histórica y moral. Tal es la importancia de una reliquia en el medievo.

La historia de la Vera Cruz de Caravaca es tan interesante o quizá más y, si bien es conocida, no viene mal repasarla. En 1231 el reyezuelo de la taifa, Ceyt Abuceyt, capturó al sacerdote Ginés Pérez Chirinos y, para humillar como Cosroes a su fe, le pidió que le celebrase una misa. El cura pidió los elementos necesarios pero, al ir a oficiar, descubrió que no estaba la cruz, por lo tanto no era posible la ceremonia. En ese momento el rey vio cómo, milagrosamente, dos ángeles traen una cruz por la ventana que aún existe en el castillo. Se convierte, Caravaca pasa a ser cristiana y la cruz en el gran símbolo templario y luego santiaguista. Tal y como hemos visto con Venecia, esta reliquia constituye un capital simbólico inmenso para la ciudad en un tiempo en el que la guerra lo requería. La grandeza de la maravillosa ciudad de Caravaca está ligada a este fragmento de cruz del que la tradición nos cuenta algo aún más bello: habría pertenecido al patriarca de Jerusalén y fue arrebatada por dos ángeles a Federico Barbarroja cuando quiso coronarse ilegítimamente rey de Jerusalén.

La belleza de nuestro gran relato medieval alcanza y supera la de un objeto que testimonia la fragmentación que se produce en el medievo de la Vera Cruz. Calvino llegó a decir que si se juntasen todos los Lignum Crucis, se podría construir un barco, sin embargo desde la historia de la cultura esto pasa a un segundo plano. No somos notarios, somos historiadores y el hecho, el relato, es portentoso, más allá de el objeto físico al que no hay, en absoluto, que desdeñar.

En la Europa moderna

Durante el Renacimiento se vuelve la mirada al clasicismo y cambia la relación con las reliquias, pero Felipe II desarrolla una obsesión y compra todas las que salen a la venta en sus dominios para acumularlas en ese gran monumento a la muerte que es el Escorial. Paga fortunas por restos de cuerpos y difunde este culto por todo el imperio. Sancho Dávila, obispo de Murcia y persona cercana al rey, hace traer en 1594 las reliquias de San Fulgencio y Santa Florencina desde Berzoncana de Cáceres. Su destino es el seminario que lleva el nombre del santo y en cuyo ajuar se conserva el bellísimo cáliz fundacional que pudimos ver en la exposición 'Signum'. Este obispo fue autor de un tratado sobre reliquias y, como la historia es muchas veces circular, fue amigo y cómplice de Santa Teresa de Jesús, a la que ayudó en muchas de sus fundaciones. Esto en Caravaca tiene un especial sentido.

A la Región van llegando desde entonces algunas muy significativas, empezando por la Santa Espina de Mula. Todo apunta a una donación de los Austrias en tiempos de Felipe IV. La leyenda cuenta que la proximidad de un cura muleño, Fray Pedro de Jesús, con el bastardo real Juan José de Austria fue decisiva para que este donase su colección de reliquias a la ciudad. Venerada hoy en el Real Monasterio de la Encarnación, es uno de los tesoros simbólicos de una región muy rica en ellos, empezando por la Santa Leche que se conserva en la Catedral.

Los marqueses de los Vélez tuvieron una relación variable con su antiguo territorio pero al morir Mariana Engracia de Toledo su hija, María Teresa Fajardo, entregó al cabildo catedralicio uno de sus más preciados tesoros: la leche de la Virgen conservada en un relicario. Viene de Nápoles, del convento de San Luis. De allí pasó al virrey, Alfonso Pimentel, quien la partió. Una de las partes es la que se conserva hoy en el Museo de la Catedral. Es interesante esta reliquia, que fortaleció una colección ya importante de reliquias del cabildo murciano que el Cardenal Belluga cuidó con especial mimo, ya que se licua en la festividad de la Asunción. Permanece coagulada y ese día, de la misma manera que en Nápoles ocurre con la sangre de San Genaro, patrón de la ciudad, ante los ojos de los fieles se vuelve líquida. Desconozco si la de Murcia cumple con su milagrosa obligación, pero puedo dar fe que la de Nápoles pasa de ser una piedra a un líquido que un sacerdote mueve en una ampolla. No sé lo que ocurre pero lo he visto y ocurre.

En este artículo, necesariamente breve, se han relatado algunas, pero invito al lector a buscar en templos y conventos estas reliquias que hablan directamente de nuestra historia, de la construcción de nuestra cultura y de la forma en que hemos construido nuestra relación con la idea que cada uno hace de la divinidad. Será una ruta que no olvidará.

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