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El arquitecto Renzo Piano, rodeado de papeles de trabajo y planos, en las oficinas de su estudio ubicado en su Génova natal.
Renzo Piano: «La arquitectura debe hacer lugares para la gente»
ENTREVISTA

Renzo Piano: «La arquitectura debe hacer lugares para la gente»

arquitecto

GUILLERMO BALBONA

Lunes, 29 de mayo 2017, 22:28

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En uno de los primeros bocetos fundacionales de lo que es ya su primera obra en España, fechado en otoño de 2011, Renzo Piano (Génova, 1937) en apenas unos trazos y unas palabras en inglés e italiano sobre una pequeña hoja, apuntaba lo que hoy es una realidad frente a la bahía de Santander: el Centro Botín, un doble volumen, Oeste y Este, en voladizo; el lenguaje de luz y mar y el abrazo diáfano con la ciudad. Piano es en el fondo un constructor de relatos. El octogenario arquitecto, Premio Pritzker, expone el argumento al combinar su idea del edificio y el entorno; el espacio y el agua son sus personajes; la trama es un diálogo casi invisible entre los elementos, materiales y poéticos; y el desenlace, una mirada que mezcla el carácter recio de la identidad de la tierra con la levedad de la luz. «No se trata de enseñar músculo, sino de ser sutil», insiste en ocasiones. El arte, la cultura y la formación vertebrarán desde el próximo 23 de junio la vida del CB: el edificio sobre el muelle santanderino (construido con la firma española luis vidal + arquitectos), cuyos volúmenes quedan ligados por un conjunto de plazas y pasarelas de acero y vidrio, revestido por una piel de cerámica integrada por más de 280.000 piezas.

La simbiosis y complicidad entre el arquitecto y el que fuera presidente de la Fundación santanderina, Emilio Botín, ha impregnado siempre el proyecto. Desde su primera comparecencia pública conjunta en 2011 apreció ese intercambio de lenguajes directos: el de Botín, pragmático, claro y desnudo como una cuenta de resultados, y el de Piano, poético y evocador. Como confesó en su día Piano, el de Santander es el primer proyecto que diseña que ha empequeñecido de tamaño mientras progresaba su desarrollo sobre el papel. Renzo Piano prefiere perdurar a estar de moda, el reto permanente a lo icónico y repite como un mantra que la arquitectura sólo tiene un objetivo: generar ese lugar para las gentes que haga mejores a las personas.

-Dentro de un mes se inaugura el Centro Botín. ¿Qué valoración hace del edificio ya concluido?

-Ha sido una bonita aventura que al final duró lo que tenía que haber durado. Estos proyectos siempre se prolongan cuatro o cinco años, pero cuando vino a verme Emilio Botín -una persona a la que siempre encontré muy interesante- su sentido práctico se impuso. Era un hombre de gran intuición, un banquero, un hombre de negocios pero con una pasión verdadera por la enseñanza, la educación de los jóvenes, el interés por el arte... Él veía en este proyecto un claro instrumento de educación, un medio maravilloso.

-¿Y en qué radicaba esa complicidad?

-No soy un crítico de arte y él tampoco lo era, pero juntos teníamos la sensación de que la belleza y el arte hace mejores a las personas. Y entonces esa atracción que él tenía para el arte como un instrumento de cauce para el Centro y la convicción de que se puede hacer mejor a las personas se tradujeron en el entendimiento. Hablamos mucho de eso y había una relación muy estrecha. Era una persona muy difícil de frenar, muy apasionado y con mucho ímpetu a la hora de volcarse en la cosas; como un caballo indomable. Al final, fuera de la intención inicial eran precisos esos tres o cuatro años o más tiempo de construcción. Emilio era un entusiasta y yo me había comprometido porque era una aventura extraordinaria. Él era una fuerza viva, un motor y lo que más le interesaba era poder tener el edificio en un tiempo breve para alcanzar el proyecto de educación y formación. Entendió que la obra tenía que volar por encima de la ciudad y lograr configurar un edificio de dos almas, una para el arte y otra para la educación. No tomar posesión del muelle como una propiedad, sino como un instrumento para cumplir con sus dos funciones y ubicarse como un abrazo en voladizo sobre la ciudad.

-Una obra arquitectónica es como un ser vivo. ¿Hubo que modificar muchas cosas para afrontar imprevistos o para enfrentarse a adaptaciones en el paso del tiempo?¿El reto mayor ha sido cómo integrar el CB en un paisaje tan imponente como el de la bahía?

-El Centro Botín representa lo mismo que un hijo pequeño en una familia. Si le preguntas al padre responderá que es el hijo más pequeño el importante porque es el que tiene más necesidades. En mi trayectoria representa y ocupa un sitio muy importante porque es la primera obra levantada en España y detrás está todo el imaginario de ese país para un italiano. Luego, los materiales y la luz han confluido a propósito para seducir con la propia ciudad y la bahía. Gaudí en el parque Güell de Barcelona también hizo uso de la cerámica con un sentido similar. España para mí representa muy bien el mundo latino, el mundo de la comunidad en la calle, pero no sé decir o explicar por qué he tardado tanto en construir algo en España. Atrás quedó algo pequeño en Valencia para la Copa de Vela, pero desconozco el motivo de esta demora.

-¿Y esa idea de España?

-España contiene por un lado esa idea siempre del agua, la luz y el mar. Y, por otro, esa imagen dominante de la gente en las calles. En Santander, en el lugar elegido, había una separación total entre la ciudad y el agua por el puerto y por la carretera. Al meter el edificio sobre la bahía restituíamos el vínculo con el mar. Los problemas en la construcción son los habituales. Alrededor de esta oficina nuestra trabajamos rodeados de proyectos de edificios públicos que son nuestra pasión, no por ser los más importantes, sino porque todos son muy especiales, distintos el uno del otro; y al ser museos, bibliotecas, centros de arte, universidades... Tienen características diferentes, pero a su vez tienen en común que son problemáticos. Es más sencillo construir una casa de un particular, pero un edificio para la gente siempre conlleva un problema. No todo va bien y rápido. En Lyon, por ejemplo, abrimos ahora la nueva escuela de arte en la periferia, y en Nueva York construimos un nuevo campus de Columbia, pero no es sencillo porque siempre se discute esa colisión entre la fantasía y lo técnico, las relaciones con la ciudad no son una construcción fácil.

-Es un diálogo que se antoja convulso...

-El proyecto público está concebido para durar siglos, son construcciones para perdurar pero si te equivocas, si no poseen la dignidad que merecen y tienen un error, eso quedará marcado para siempre. Y ello lo diferencia de los proyectos privados o personales, domésticos. El Centro Botín, por ejemplo, tiene unos retos. Debe volar. En la arquitectura hay que diferenciar entre gestos formalistas y academicistas y las cosas que se hacen por una buena razón. El vuelo en este caso no es un gesto cualquiera, de decisión formal, sino que tiene que ver con el vínculo con la ciudad, por eso están ahí esa 280.000 piezas. Este es un edificio con sentido público que nos sirve para dar a Santander durante siglos un elemento de transformación en un punto de referencia para la ciudad. Estará ahí para el ocio, para gozar de la visita... por lo que el deber del edificio es que tenga dignidad y se transforme en un punto de referencia para la ciudad durante siglos.

-¿En todo arquitecto hay un artesano, un técnico, un creador y lo importante es el equilibrio entre todos ellos?

-A las nueve un arquitecto es un artista, a las diez es un constructor y toma el lápiz y dibuja; y a las 12 uno ya es sociólogo porque te transformas y piensas en la vida comunitaria, no en aquello que va más allá de los dibujos, sino en el placer de la gente para lograr un nuevo lugar donde encontrarse, donde los jóvenes puedan descubrir el poder de la belleza y el arte del conocimiento. Todo es como un jardín: primero tomas la costumbre de acudir a ese lugar y luego participas de él. El arquitecto, en este sentido, es un poco artista, un poco humanista, un poco de la gente... pero, sobre todo, un constructor. Si no, sería como un músico que no sabe hacer sonar un instrumento. Es también un observador, un historiador. El arquitecto es como un explorador, como Robinson Crusoe, un extraño animal y un artista. Hace falta arte en la arquitectura, pero también curiosidad para creer en un mundo mejor.

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