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'Limonero', óleo de Martínez Mengual.
La esencia del color, imaginación y realidad
ARTES

La esencia del color, imaginación y realidad

PEDRO SOLER

Lunes, 19 de septiembre 2016, 23:50

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El posible desconcierto que siembre en ciertos espectadores una visión acelerada de la exposición que Martínez Mengual presenta en el Palacio del Almudí, se trocará en sentimiento placentero, si realizan una segunda y más serena contemplación. No hay duda de que, en principio, tanto y tan variado número de obras, descoloca a quien está acostumbrado a ver en salas y galerías la uniformidad propia de un artista aferrado a un oficio, respetable, por supuesto, pero que, en una misma muestra, por muy antológica o retrospectiva que quiera ser, no ha sido capaz de esparcir sobre los espacios la abundancia de una trayectoria, los cambios que han ido surgiendo, desde unos principios indecisos a los períodos de madurez; las posibilidades con las que ha jugado a lo largo de su ruta y la demostración de cuál ha sido el resultado de cada una de las etapas recorridas.

En la exposición 'Buscando un color, encontré una patria', Martínez Mengual expresa que, en realidad, la búsqueda del color, su uso y su desarrollo han sido finalidad básica en su mundo pictórico. Basta con situarse en cualquier ángulo de las salas expositivas y dejar que las miradas crucen de uno a otro lado, para percibir que el color se expande como una inundación incontenible. El fulgor del cromatismo es lo que se impone, en medio de tantas obras, entre las que también surgen grandes piezas en las que el color queda reducido a un concepto elemental -blanco y negro-, pero en las que la magnitud de las manchas, el riesgo de las formas y la escueta noción del contenido se convierten en un provocador reclamo. No parece esperarse mensajes ocultos en medio de esas manchas, como tampoco parecen estarlo en otras piezas, en las que los colores se muestran apretados, como en una disputa por demostrar cuál de ellos ocupa una clara preponderancia. Podría decirse que todo es canto cromático, una avariciosa y perenne llamada, para que la intensidad sea una de las facetas más atractivas de muchas de las obras.

Debe tener en cuenta ese presunto espectador desconcertado que estamos ante una larga trayectoria, en la que Martínez Mengual penetró con la candidez de un enamoramiento juvenil, sin saber entonces cual sería el resultado definitivo de una futuro que, por supuesto, le parecería increíblemente lejano y hasta dudoso. Por esto, hay obras que son de una sencilla y emotiva candidez, como paisajes, bodegones o personajes anónimos, con unos principios figurativos sin complicaciones, pero muy expresivos, aunque en ellas los tonos se muestren con una templada suavidad. Luego le llegarían las ansias de esa búsqueda de colores que parecen convertirse en una constante inquietud, a través de las obras expuestas. Olvida y recupera, siempre en función de las intencionalidades, una forma u otra de hacer, pero con la tensión cromática, que unas veces se parece a furioso ramalazos, y otras, amplias zonas cubiertas de pureza. Podría decirse que en esto radica la apetencia creativa de Martínez Mengual, quien también quiere demostrar, a través de bastantes de las obras presentes, su entusiasmo por el mundo clásico, pero en el que no parece preciso insistir, cuando es el color la base imponible y el resultado más visible de toda la exposición.

Antonio Tapia, en Restaurante Hispano

El Restaurante Hispano ha recuperado sus exposiciones 'Un pintor a la mesa', y lo ha hecho con la obra de Antonio Tapia, un artista muy dado a mezclar lo imaginativo con la realidad más cercana. Los motivos de sus cuadros navegan por la más lejana estratosfera o están aferrados al desarrollo de la jornada laboral; son juguetes que cualquier criatura podría utilizar para su diversión u objetos a los que cualquier respetable anciano recurre para malgastar el tiempo vacío que le rodea. Todo esto encierra un valor en la pintura, porque es necesario que tan amplia variedad se practique como un principio del que el artista no debe escapar, sino buscar con inquietud. Pero en la obra de Antonio Tapia una de las facetas más atractiva quizá sería el realismo que gusta imprimir a los objetos auténticos o imaginativos, sin temor a considerarse desfasado en una era, en la que el realismo parece haber quedado para uso y disfrute de los ya consagrados. Tapia recurre a ese realismo, con la singularidad de que también lo envuelve con una masa de colores, difuminados por todos los espacios, pero siempre respetando la imagen principal y céntrica. Se trata, en definitiva, de obras muy trabajadas, con precisión y con soltura, en función de las circunstancias.

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