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Lápida que cubre los restos del Conde de Floridablanca en la iglesia de San Juan.
La tumba olvidada de Floridablanca

La tumba olvidada de Floridablanca

Aquel día «las campanas de la Giralda y las de todas las iglesias de Sevilla hubieron de hacer señal de doble». Era el 30 de diciembre de 1808. En la capital andaluza había fallecido el «serenísimo señor Conde de Floridablanca». Su cadáver «fue expuesto con toda magnificencia, en el salón de Embajadores del Alcázar con el mismo féretro y bajo el mismo dosel de los arzobispos (...).

PEDROSOLER

Viernes, 17 de junio 2016, 08:11

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Murió en Sevilla, y su deseo de ser sepultado en la murciana iglesia de San Juan no fue respetado hasta 123 años después

Aquel día «las campanas de la Giralda y las de todas las iglesias de Sevilla hubieron de hacer señal de doble». Era el 30 de diciembre de 1808. En la capital andaluza había fallecido el «serenísimo señor Conde de Floridablanca». Su cadáver «fue expuesto con toda magnificencia, en el salón de Embajadores del Alcázar con el mismo féretro y bajo el mismo dosel de los arzobispos (...). Al día siguiente, el cadáver entró en la catedral por la Puerta Mayor, privilegio de Reyes», para recibir sepultura en la cripta de la Capilla Real, junto a los restos de San Leandro, Fernando III, Alfonso X y la reina Beatriz; la reina María de Padilla, Pedro I y los infantes don Fadrique, don Alonso y don Pedro. Sobre la tumba del conde se colocaría una lápida, con un epitafio en latín, en el que podía leerse, debidamente traducido: «A don José Moñino, conde de Floridablanca, sapientísimo tanto en las ciencias como en el gobierno del Estado, elevado por sus virtudes a la suprema cumbre de los honores y dignidades; protector generosísimo de los sabios y de las letras, mientras la fortuna le fue próspera, tenido en la mayor admiración y estima, no solo de sus Reyes, sino de los de las naciones extrajeras; sin embargo, arrojado de su puesto por un odiosísimo palaciego, el sapientísimo anciano, conservado por singular providencia de Dios, para que protegiese la amenazada España de ruina; llamado, en fin, a su antigua dignidad por el consentimiento de todos los ciudadanos y constituido en los tiempos más calamitosos de la República presidente de la Junta Suprema de España e Indias, reunida principalmente por sus esfuerzos, en cuyos prudentísimos consejos se fundó la esperanza de salvar la patria y libertar a Fernando VII...».

Pese a tanto esplendor, loa y privilegio, la voluntad del famoso conde de que su cuerpo reposase en la llamada Capilla de la Comunión o de la Sagrada Familia -actualmente Capilla del Santísimo- de la murciana parroquia de San Juan no fue inmediatamente respetada. Transcurrieron 123 años antes de que se cumpliese su deseo. Y, desde luego, con mucho menos boato que en su primera inhumación. Junto a su tumba actual solo una lápida, colocada por el Club Liberal Conde de Floridablanca, en abril de 1984, recuerda la presencia de sus restos.

Aunque, indiscutiblemente, se trata uno de los políticos más eminentes que ha dado Murcia a lo largo de los siglos, también hay que reconocer que estamos ante un recuerdo arrinconado. Pocos murcianos conocen dónde se encuentra esa tumba o por qué José Moñino Redondo, cuando fue distinguido con un título de nobleza, quiso ser conde de Floridablanca. Si ahora se rememora este olvido, se debe a las gestiones que un grupo de personas relacionadas con la cultura y las tradiciones murcianas han iniciado, para que Ayuntamiento de la capital y el Obispado recuperen el recuerdo y entrañable valor histórico que supone la presencia, en la iglesia de San Juan, de los restos del insigne conde. De hecho, están a la espera de que la corporación, recién salida de las elecciones, normalice su funcionamiento para retomar los contactos.

Su etapa como secretario de Estado, en los reinados de Carlos III y Carlos IV, atravesó numerosas dificultades políticas y personales, pero él fue quien engrandeció los planes económicos de España; impulsó obras de enorme repercusión, como los puertos de Guadarrama y Somosierra; y abrió nuevas vías al comercio, a la industria y a las artes.

Al abandonar su azarosa vida política en Madrid -tras prisión y atentado incluidos-, el conde de Floridablanca retornó a Murcia, para recluirse en una celda del convento de San Francisco. Tras la invasión napoleónica, volvió a la política, como jefe de la Junta Suprema de Murcia, desde la que fue reclamado para presidir la Junta Suprema Central, encargada de organizar y sostener la independencia de España frente a las tropas francesas. Pero hubo de retirarse a Sevilla, donde falleció el 30 de diciembre de 1808. En su testamento, extendido el 20 de julio de 1805, y abierto el 6 de enero de 1809, profesaba su fe católica y ordenaba que su cuerpo fuese revestido con «el hábito del glorioso San Francisco o con el de la Merced, y en su cuello se coloque su escapulario. Igualmente dispone que, si su fallecimiento ocurre en Murcia, su cadáver deberá recibir sepultura en el panteón de la iglesia de San Juan, construido por orden de su padre». Si fallece en otra ciudad, sus restos «deberán ser trasladados al citado panteón al año de su muerte».

Nadie hizo caso al testamento del conde, ya que del traslado de sus restos nunca más se supo hasta que, el 2 de marzo de 1926, el Ministerio de la Gobernación lo autorizó, se desconoce a impulsos de quién; pero hubo que esperar al 21 de octubre de 1928, para que este asunto recuperase su memoria. Algunos periódicos bramaron, porque «ni uno de los concejales ha tenido en cuenta que el próximo domingo [esta información aparecía el jueves] se cumple el segundo centenario del nacimiento del Conde de Floridablanca, el egregio murciano que tanta gloria dio a nuestra ciudad y que tanto provecho le hizo».

La movilización de los medios de comunicación, especialmente 'El Liberal', consiguió que se celebrase un homenaje popular al famoso conde en el jardín murciano que lleva su nombre. Entonces se formó una comisión, integrada por notables personalidades de la cultura y de la política, que aprobó «proponer al Ayuntamiento que realice el traslado de los restos de Floridablanca, que está enterrado en Sevilla, a esta ciudad». También fue un fracaso tal propuesta.

Hasta que se celebró el pleno municipal del 7 de agosto de 1931. Ya se había aprobado el programa de la Feria de Septiembre, cuando el farmacéutico y concejal Moreno Galvache -uno de los miembros de la comisión formada en 1928 y quien también sería diputado y alcalde republicano- dijo que «no se puede olvidar que se pidió que se trajeran los restos de Floridablanca, petición que denegó la Dictadura. Propone que se trasladen los restos desde Sevilla y se organice una manifestación cívica». La propuesta fue aprobada y el traslado, incluido en el programa de la feria, como uno de los actos destacados. Poco después, el ministro de la Gobernación, Miguel Maura, envió un telegrama al gobernador civil de Murcia, en el que se leía: «Acogida con beneplácito la noble iniciativa de ese Ayuntamiento de rendir homenaje a la memoria de extinto político murciano don José Moñino y Redondo, Conde de Floridablanca, con arreglo a lo dispuesto en orden de este Ministerio, del 3 de marzo de 1926, autorizo el traslado de los restos desde la catedral de Sevilla a esa ciudad, para ser enterrados en la capilla de la Comunión de la iglesia parroquial de San Juan, donde reposan los restos de sus antepasados». Moreno Galvache había solicitado que se depositasen «en la Catedral de Murcia, como los de Saavedra Fajardo, Selgas y otros murcianos ilustres»; pero 'La Verdad' del 15 de agosto puntualizaba que «al tener conocimiento la Comisión de Festejos de que en la iglesia de San Juan y en la capilla de la Comunión existe el panteón de la familia Floridablanca, ha pensado que los restos reposen en él». Pero, al parecer, se desconocía que este fue también el deseo del propio conde.

Los periódicos se engancharon, lógicamente, con la publicación de constantes noticias sobre el acontecimiento. Se recordaban las causas que llevaron al conde a Sevilla; su huida, desde Badajoz, de las tropas francesas; su muerte y su sepultura. También rememoraban el acta firmada por el representante real en Sevilla, Antonio Hermoso, en la que afirmaba que «siendo las cuatro de la tarde pasé al palacio real de El Alcázar y en la sala de Embajadores estaba de cuerpo presente el Serenísimo Sr. D. José Moñino, Conde de Floridablanca, Presidente que fue de las Suprema Junta Central del Reyno, vestido con uniforme de Consejero de Estado, metido en un féretro, bajo un dosel de terciopelo; y habiendo llamado a Su Alteza por tres distintas ocasiones en ninguna me contestó, por lo que al parecer está difunto».

En este proceso de recuperación de los restos, el alcalde de Murcia, Luis López Ambit, envió una carta a su colega sevillano, para que diese «toda clase de facilidades» a Saturnino López Nicolás, «dueño del establecimiento de Pompas Fúnebres de la calle de Crédito Público», designado por el Ayuntamiento para realizar el traslado. En la capilla de la Comunión habían comenzado «las obras necesarias». Al abrir el panteón, fueron hallados los restos del padre del conde «que se encuentra en excelente estado de conservación, desde las rodillas hasta la cabeza, faltando al cadáver la mortaja y extremidades inferiores, que se han convertido en polvo. Y en un rincón de la cripta, un reducido número de huesos y un cráneo que, según parece, pertenece a familiares de la Casa de Floridablanca».

Saturnino -su recuerdo permanece vivo, gracias a la funeraria que, actualmente, lleva su nombre- marchó a Sevilla, «acompañado de una rica caja fúnebre», el 21 de septiembre, pero antes solicitó una copia del testamento de Floridablanca, como instrumento demostrativo de que su encargo era cumplir los deseos del conde. Pareció que todo se convertiría en un nuevo fracaso, cuando 'Levante Agrario' informaba, el día 26, que habían surgido problemas. Saturnino envió a este periódico un telegrama, en el que informaba de la llegada en avión de Moreno Galvache y Ramón Navarro, quienes «hacen gestiones con el gobernador, para solventar las dificultades creadas por el Cabildo Catedral», que, al parecer, se oponía a la entrega de los restos sin autorización de los descendientes del conde. Fue una falsa alarma.

Mientras tanto, López Ambit había invitado a los alcaldes de los municipios murcianos y a los de Alicante, Albacete y Almería; también publicó un bando, en el que pedía que «Murcia entera, con recogimiento emocionado y silencioso, ha de acudir el domingo a la estación, a recoger los restos mortales de nuestro preclaro paisano. Ha de acudir en masa, para demostrar su sensibilidad pública». Añadía que el domingo seria un «día de gloria para Murcia, gloriosa fecha, por ser a la vez un recibimiento digno de Floridablanca y muestra inequívoca de que Murcia, mayor de edad, da ejemplo a España entera del culto a la memoria de sus hijos gloriosos». Los periódicos también recordaban los más de ciento veinte años de retraso que habían transido en la recuperación del cadáver: «Un poco tarde hemos cumplido los murcianos este deseo de tan glorioso antepasado nuestro; pero, en fin, más vale tarde que nunca, y el buen conde sabrá perdonar este abandono, conociendo nuestra idiosincrasia». Los restos de Floridablanca fueron exhumados el día 25, en presencia de Saturnino, Moreno Galvache y Navarro. «Fue una operación muy laboriosa, pues el mausoleo en el que se conservaban era de fábrica muy acabada, y ha sido preciso levantarlo hasta dar con los restos que se buscaban. A las seis de la tarde fueron encontrados, y entonces fueron sacados de la sepultura, para depositarlos en una caja que, al efecto, había traído el señor López Nicolás, que ha sido precintada». Al día, siguiente, restos, funerario y políticos iniciaron el viaje de retorno a Murcia en el tren-correo.

El domingo, 27 de septiembre, a las ocho de la mañana, la estación del Carmen ofrecía «un animado aspecto, especialmente el andén donde se iban congregando numerosas autoridades, representaciones y comisiones de la capital y de algunos pueblos de la provincia». En los alrededores también había público y carruajes, aunque, escribía 'El Liberal', «no era la que nosotros hubiésemos forjado». Achacaba a la «falta de organización», que el acto «no haya resultado lo solemne, grandioso y popular que debió ser». Solamente, unos centenares de personas, que rodean a las autoridades que figuran en el andén.

A la hora fijada, llegaron los restos del ilustre conde, depositados en un vagón especial adornado con flores». Sacados por empleados ferroviarios, y recibidos con mucho respeto por el público, fueron trasladados a la carroza fúnebre, «a la Federica, tirada por seis caballos», que se hallaba en la puerta de la estación. Se organizó la comitiva, en la que, tras el féretro, desfilaban autoridades civiles y militares y una comisión del Círculo Radical del barrio del Carmen, con bandera, «que luego fue retirada, colocándose en su domicilio social, para ser rendida al paso de la comitiva por la Alameda de Colón». Antes de llegar a la parroquia de San Juan, la comitiva desfiló, tras superar el Puente Vejo , hasta, desde la calle de la Gloria, entrar en la plaza de San Juan. Aquel desfile, «con cerca de mil personas, fue presenciado por los madrugadores». A la puerta del templo, párroco y monaguillos esperaban a la comitiva; en el interior, «multitud de personas se aglomeraban para presenciar el entierro de los restos del ilustre murciano. El arcón fue sacado de la carroza fúnebre y entrado en la iglesia, donde quedó depositado, en un catafalco habilitado en la capilla de la Comunión, donde se cantó un responso. Seguidamente, fue conducido al foso, para ser enterrado en uno de los nichos. Después del traslado de los restos, que se hizo sin que a él asistiese el clero, el público que siguió a la comitiva se retiró de la iglesia respetuosamente». Los restos fueron inhumados el lunes 28, en presencia de un notario que levantó acta de la operación, y se procedió a tapar el nicho.

Por fin, se había cumplido el deseo del conde, aunque con ciento veintitrés años de retraso. Pero, en realidad, ¿qué contenía el ataúd? Antonio Olmedo firmaba, en ABC del 30 de septiembre, una extensa crónica, fechada en Sevilla, en la que se leía: «Del cuerpo de Floridablanca, que lo fue todo en la vida terrena, no quedan sino unos despojos. Sitio holgado tienen en la pequeña arqueta que ha de guardarlos definitivamente. ¡Grandeza humana! Apenas si queda algo de su Alteza, D. José Moñino, cuya diplomacia conmovió las Cortes europeas, sin excepción del propio Vaticano».

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