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Desnudo y marina, dos obras de María Dolores Andreo.
'Cercana ausencia' recupera a María Dolores Andreo

'Cercana ausencia' recupera a María Dolores Andreo

La pintura de María Dolores Andreo, contemplada desde la distancia es un recorrido de emociones. Es preciso permanecer en la calma, para que el poso de amistad y de recuerdos no se inmiscuya, tajante, en un comentario que pretende, sobre todo, recordar que en Alhama, pueblo natal de la pintora, en un edificio como El Pósito -recubierto de historia y añoranzas- y en el Museo de Los Baños -con signos irrenunciables de modernidad- cuelgan sus cuadros, en un deseo de trasladar a la actualidad la pintura de María Dolores.

PEDRO SOLER

Viernes, 17 de junio 2016, 07:45

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Ha sido un empeño municipal por recuperar la esencia que brota de la colección de cuadros, que son lección imbatible de la variedad que María Dolores supo imprimir, sometida a la inspiración de muy diverso signo, durante un trayecto fecundo y de ricas resonancias artísticas.

La obra de María Dolores Andreo suele quedar incompleta y resultar maltratada, cuando hay quien, sin conocimiento suficiente, la enclaustra en sus dramáticos rostros de Cristo. Cierto que estas imágenes -debidamente representadas en la exposición- son una directa referencia, y conforman no una época, pero sí un sentimiento, acaso de duda o de disconformidad vivida. Sobre este primera opinión, debe planear la perspectiva de una realidad creadora, que se transforma, como suele suceder con los más famosos artistas, en un síntoma indeclinable de la obra armonizada con unas pautas absolutamente personalistas. Los Cristos de María Dolores son solo de ella, acaso porque ningún otro pintor los haya creado con esa sintonía de dramática y afligida belleza.

Arrancar el comentario sobre la estética de la pintura de María Dolores, intentando interpretar sus imágenes de Cristo, es una preferencia espontánea, como una irrenunciable precipitación. Pero la exposición oferta otros principios, en los que es justo verter también el entusiasmo, si se quiere menos impulsivo pero más estudioso, para captar otras guías que la pintora nos legó de sus brotes pictóricos. Los cuadros que aparecen desprovistos de unas normativas personalistas demuestran que sentía unas inquietudes, todavía sin definir plenamente, y que se traducían en una búsqueda de principios. Obras de una María Dolores Andreo más joven, sobre la que permanecían las enseñanzas directas de un pintor tan murciano como Luis Garay.

Colores irreales

Estamos ante la obra de una artista que quiso ser ella misma, como fácil es comprobar, más que en los sucesivos períodos, en los paisajes, en los desnudos, en los bodegones, en las marinas, en las figuras, en los retratos, que sus pinceles parecen haber tallado, como prueba irrefutable de su exclusivismo. Los paisajes aparecen envueltos en la propia transformación, que ella quiso atribuirles, con unos colores frecuentemente irreales, pero que sirven para agrandar el significado de esa visión transformada sobre el lienzo.

Las marinas son como juegos de las olas, que asoman plácidas y lentas, y se acercan a la playa con la suavidad que la arena extiende bajo los pies del paseante. Otras veces se agitan alteradas por invisibles vendavales, como síntoma de un contrasentido. Las figuras -esos otros rostros, tan dispares de los ya comentados- quieren ser dosis de persuasión, porque, prioritariamente femeninas, exhalan algo más que una mirada perdida. Encierran, tras los ojos que miran a ninguna parte, un pensamiento oculto o una meditación constante, dentro de un espacio lleno de serenidad.

Los bodegones son ejemplo de limpieza y moderación. Apenas una granada o una manzana son suficientes para llenar ese espacio, que los clásicos multiplicaban de variedades frutícolas. El resto suele completarse con una variedad de rectilíneos tonos cromáticos, como si fuese un modo de colmar lo que algunos podrían interpretar como lugares vacíos.

Y los desnudos, que, sin afanes eróticos, responden a un sencillo perfeccionismo, trazado sobre unas líneas que sirven de perímetro, pero que, ante todo, fijan los trazos en los que se apoyan los cuerpos para proporcionarles el instante exacto de relajación.

Comentar la obra de María Dolores Andreo, a través de secciones, podría identificarse con el hecho de que estamos ante una artista que no desarrolló una obra conjunta y con suficientes pertrechos. Sí existe un conjunto artístico, pleno de profundidad interpretativa, en la que resplandece, de modo peculiar, la pureza que derrama su obra y el primor que se expande en el tratamiento de la pintura. También podría hablarse de lírica o, más acertadamente, de la espiritualidad que derrama la pintura de una mujer con la que la firma arriba estampada se ha sentido comprometida desde siempre con el máximo respeto y cariño. Esta exposición -'Cercana ausencia'- es un modo de recuperar a la admirable artista alhameña.

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