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Manuel Jorge Aragoneses

Manuel Jorge Aragoneses

Sobre un cielo parcelado en azules de distinta intensidad, que junto a líneas de horizonte combina en grises, se tienden las casas de un pueblo, cúbicas y con fachadas blancas, amarillas y, a veces, violetas o rosas. Las puertas de las viviendas materializan sus huecos en negros enterizos, a tinta plana como los demás colores.

PEDRO ALBERTO CRUZ

Viernes, 17 de junio 2016, 08:14

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Fue una pieza importante en la vida artística de Murcia, necesaria para que la obra de los nuevos autores pudiera ser contemplada

Sobre un cielo parcelado en azules de distinta intensidad, que junto a líneas de horizonte combina en grises, se tienden las casas de un pueblo, cúbicas y con fachadas blancas, amarillas y, a veces, violetas o rosas. Las puertas de las viviendas materializan sus huecos en negros enterizos, a tinta plana como los demás colores. En la composición general, corre el caserío a media altura. En las tierras de los primeros planos, compartimentadas por trazos lineales de ritmo semejante al del cielo, ordena Párraga gamas de sienas, verdes hojas secas y algún violeta sucio».

Este texto introductorio, igual podría haber sido otro, sacado del libro 'Pintura decorativa en Murcia. Siglos XIX y XX', 1965, pág. 274, me permite iniciar el esbozo de la figura de Manuel Jorge Aragoneses (1927-1998), y de la importancia que tuvo su estancia en Murcia al desenvolverse en varios campos y entender la cultura como una manifestación abierta, nunca compartimentada.

Personalmente mi relación con él se remonta a los cursos de especialidad, en los que impartía las asignaturas de arqueología, epigrafía y numismática (aún conservo sus tablas para el estudio y datación de las más variadas monedas). Todavía recuerdo esos años de excursiones, en las que no solo íbamos a ver 'piedras' -si alguna bodega caía al paso también se visitaba-, los interminables exámenes de más de cinco horas de duración, y la huida casi masiva que se producía el día que anunciaba que iba a preguntar en clase. Su manera de ser, abierta y expansiva, vehemente en todo lo que se refería a su trabajo -a su vocación sería más correcto- chocaba si era comparada con la abulia de otros profesores; y atraía aunque su ímpetu no fuera entendido del todo por los que no nos veíamos excavando en el futuro. Pero aparte, y confieso que mi conocimiento en aquellos momentos era tangencial, de su dedicación a lo 'antiguo', D. Manuel fue una pieza importante en la vida artística de la ciudad, importante y necesaria para que los nuevos artistas, las nuevas formas de hacer pudieran ser contempladas.

Y así lo reconoció, y me limito a esta cita, Fulgencio Saura Mira en el artículo que le dedicó tras su fallecimiento ('En memoria de Don Manuel Jorge Aragoneses'. 'Cangilón'. Nº 16, septiembre de 1998, págs. 41-42): «Hombre inquieto, apasionado por la cultura, entusiasta de Murcia y su huerta Humanista de pro sabía tener en cuenta cualquier manifestación plástica, acercarse al pintor y escultor que comenzaba para vislumbrar en su obra destellos de genialidad. Amigo de los artistas que encontraban en si figura al padre que velaba por ellos y los tenía en cuenta». Y era cierta esta visión universal, quizá contradictoria si se mira desde la distancia, porque a él, interesado en el pasado, también le preocupaba el presente, y no tenía ningún reparo -refiriéndome a las manifestaciones artísticas que vivió en Murcia- en mezclarlos, en ver lo que eran unos y los que podrían ser otros.

«Una Región como ésta, donde se codean oasis exuberantes y desolados, casi lunáticos, cabezos; donde sus gentes acrisolan sensibilidad a través de los siglos, tenía por fuerza que ser pródiga en pintores costumbristas y en excelentes pintores de paisaje. Murcia, y de una manera especial, su Huerta, enamoran -aún enamoran- a una auténtica pléyade de artistas nacidos aquí"». ('La huerta a través de la pintura murciana de los siglos XIX y XX'. Casa de la Cultura, marzo-abril, 1969). Si hacemos caso al texto, sin tener en cuanta a la persona que lo escribe, puede parecer inimaginable la presencia en ella de M. Ballester, Hernández Carpe, Aurelio, Ceferino Moreno y Párraga, éste con un pirograbado titulado 'La preocupación del pastor', que poco tenía que ver con el tema, junto a otros nombres.

Su labor en la difusión del arte no solo se centró en los textos escritos para catálogos («La juventud personal y lozanía de la escultora explican también su preferencia por un material joven, el hormigón con pátina pulida. Recusados en buena parte por la escultura contemporánea de vanguardia el bronce, la madera, el mármol o el barro cocido, acogió, en cambio, la materia-símbolo de su generación: el hierro, el acero, el aluminio y el plástico». Texto para el catálogo de la exposición de Elisa Séiquer en Chys, 1973); sin prejuicios abrió la sala de exposiciones de la Casa de la Cultura -inaugurada con una de Gregorio Prieto en abril de 1956 - («Es afortunada circunstancia la de coincidir en Murcia, con la inauguración del Palacio de Archivos, Bibliotecas y Museos, una exposición de Gregorio Prieto. Y digo afortunada, porque Gregorio Prieto no es solo pintor, sino también arqueólogo, literato y enamorado de blasones y gestas. Una Sala de Exposiciones temporales al servicio de un Museo Arqueológico, una Biblioteca y un Archivo nunca podrían estar más ecuménicamente representados en la ocasión presente») a los artistas jóvenes y a sus controvertidas exposiciones, incluyendo, además, sus obras -en muchos casos incipientes- en la última planta de remodelado Museo de Bellas Artes.

Por ella y bajo su dirección, pasaron, entre otros, Párraga, el grupo Puente Nuevo, María Dolores Andreo, Elisa Séiquer, Pedro Borja y César Arias (su autoproclamación de «genios» provocó tal escándalo que no se tuvo más remedio que expulsarlos, continuando la exposición en la calle), y dejo sin citar a los que aparecen más tarde porque él ya no se encontraba en Murcia, y a los que se podrían considerar «tradicionales». Un hecho -que al no tener totalmente contrastado expongo con reservas- significativo empieza a producirse tras la marcha de Manuel Jorge Aragoneses: la pérdida de prestigio de la sala de exposiciones. Las causas pueden ser variadas, pero una es fundamental: la aparición de las galerías de arte como tales, con el consiguiente trasvase de artistas a ellas.

Su interés por las cosas de Murcia, su amplia bibliografía sobre temas murcianos lo demuestra, le llevó a escribir no solo de arqueología; la etnología (Museo de la Huerta) y todo -para no extender más- lo relacionado con la cultura mereció su atención. Pero, y es una de las razones que me han motivado a referirme de nuevo a él (siempre que he tenido ocasión, de palabra o por escrito, he citado su nombre y la importancia que tuvo -y tiene- su labor, haciendo, a la vez, hincapié en el olvido en el que ha caído su nombre), una de sus obras en particular, por estar dedicada totalmente al arte, merece ser recordada y «visitada» por todos -profesionales y diletantes- los que se sientan atraídos por el arte en su versión decorativa y la importancia que tuvo hasta la crisis de mediados de los setenta del siglo pasado: 'Pintura decorativa en Murcia. Siglos XIX y XX. Publicada en 1965, su transcendencia supera incluso los límites de lo que contiene, porque muchas de las obras descritas y analizadas, algunas fotografiadas, han desaparecido por reformas, derribos, desidia, en suma, de los que sucedieron a los que las encargaron. Muchas de ellas, yo las he visto, han formado parte del caserío urbano, y algunas resisten el paso del tiempo, como la de 'Casa Tono' que introducía este apunte.

Sé que corren tiempos difíciles -en otros más apacibles hablé en repetidas ocasiones de este proyecto, sin resultados-, y sé que algunos núcleos encastillados de la modernidad, cada vez más obsoleta y más amenazada por los que empujan, que no ve más allá del círculo trazado por sus narices, dirán que eso es viejo y pasado y que el esfuerzo se haga con ellos. Todo eso lo sé; mas, también sé que cuesta muy poco hacer una edición facsímil del libro, y que ese sería el mejor homenaje que se le podría rendir a D. Manuel Jorge Aragoneses, al que miré con respeto como alumno y admiración cuando la 'cosa' del arte se cruzó en mi vida. Amén.

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