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La crítica  de arte en Murcia (y XII)

La crítica de arte en Murcia (y XII)

A principios de 1972, José Ballester abandona la crítica de arte, y durante un breve período de tiempo la sección en 'La Verdad' la ocupa García Montalvo («Cánovas, como los boxeadores que se reservan, ha ido trabajando con paciencia para encontrarse por fin en su pintura. Ahora ya preparado para quemar etapa tras etapa, nos presenta sus conclusiones. 

PEDRO ALBERTO CRUZ

Viernes, 17 de junio 2016, 08:06

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En 1980, con la coordinación de Salvador García Jiménez, 'La Verdad' recupera el emblemático 'Suplemento literario'

A principios de 1972, José Ballester abandona la crítica de arte, y durante un breve período de tiempo la sección en 'La Verdad' la ocupa García Montalvo («Cánovas, como los boxeadores que se reservan, ha ido trabajando con paciencia para encontrarse por fin en su pintura. Ahora ya preparado para quemar etapa tras etapa, nos presenta sus conclusiones. Sus cuadros, en general, responden a una intención de echar el ancla en unos segundos antes (o después) de la pintura matérica. Su mundo se autosimboliza; la casa a medio derruir es un compromiso romántico entre la arquitectura y la ruptura meticulosa-azarosa del material». 'Cánovas, en Chys'. 20-V1972), introduciendo una visión interpretativa cercana al análisis psicológico de la obra: «Serna ha ido en busca de realidades mitad apocalípticas, pasadas de oráculos y sonidos inarticulados de la naturaleza, y mitad estéticas, con un movimiento muy semejante al que en el arte del póster se han encontrado con cierto misticismo lo psicodélico y algunas formas del viejo 'modern style'» ('Serna, en Delos'. 13-II-1972). Pero la situación de interinidad será evidente, incluso encontramos alguna incursión de Arturo Andreu, hasta que Pedro Soler -que en ocasiones firma como S.G.- se hace cargo de la misma.

En sus textos, sobre todo cuando se refiere a los artistas de su generación, es frecuente encontrar un punto de apoyo basado en el conocimiento directo del personaje del que enjuicia la obra, en la relación mantenida que le permite, sin mucho esfuerzo, saber los «puntos flacos» y las carencias, todo aquello que, en última instancia, es en realidad un freno a las posibilidades del autor. También esto le permite estar al tanto de las auténticas inquietudes e identificarse con ellas, con el riesgo de la parcialidad -defendida por los que predican una crítica de arte comprometida y radical- de la que procuró no dejarse arrastrar: «Pedro Pardo huye conscientemente de convencionalismos y cómodas expresiones artísticas. Parece como si estuviese empeñado en una lucha perenne por conseguir aquello que sus sentimientos artísticos le inspiran, por encima de cuanto pueda conducirle a un camino trillado y manido. Alguna vez ha dicho el escultor que cree convertirse en masoquista cuando intenta resolver la problemática de sus obras. Sufre con cada golpe de la herramienta que moldea o pule el aluminio». ('Pedro Pardo en Zen'. (17-X-1976).

Su carácter, en apariencia pragmático, irónico y a menudo hiriente (o más bien despectivo en un intento por desdramatizar las situaciones o relativizar su valor), le aleja -salvo en contadas ocasiones- de la tentación del recurso a lo que conoce, sirviéndose de ello solo como referencia y sin la intención de dañar: la crítica es una cosa y la persona del artista otra, aunque la obra, necesariamente, es una consecuencia de éste, con todas sus virtudes y abominaciones. Esto, le lleva a buscar una especie de equilibrio en la que la radicalidad parece quedar dormida para mejor ocasión: «Pero superado esto, que para algunos puede ser meramente accidental, es preciso llegar más allá. Y comprobar las sensaciones artísticas, plenas de justeza y buen quehacer, con que Claros impregnas cada una de sus obras». ('Claros en la Diputación'. 20-III-1977); o a preguntarse sin prejuicios sobre los cambios que aprecia: «Los cuadros de María Dolores Andreo alcanzan una cota importantísima en el contexto de la simplificación, en la conquista de sutilísimos matices, en la gradación de colores. Insisto, una vez más, en que todas las virtudes artísticas son el fruto lógico de un constante camino de superación y de una maestría generalmente reconocida. Por esto, no sé hasta qué punto puede afirmarse que la pintora ha roto con su mundo artístico anterior». ('María Dolores Andreo, en Nuño de la Rosa', 26-I-1975). Pedro Soler cede, en 1977, el testigo de la crítica a Antonio Díaz Bautista (1943-2013), reciente e inesperadamente desaparecido.

Reconocido especialista en Derecho Romano, pintor de acuarelas de regusto intimista, centradas en lo próximo, y melómano (hasta poco antes de su fallecimiento tuvo una sección en este diario dedicada a los grandes genios de la música y sus obras), tuvo que hacer frente al aceptar el encargo a un importante reto. Su actividad como pintor le obligó a reconducir la crítica, convirtiéndola más en un comentario descriptivo con apoyaturas referenciales («Y hay que apuntar finalmente el laberíntico grafismo de sus relieves donde triunfa un profundo barroquismo geometrizante de reminiscencia precolombinas». 'Pardo en la Sala Municipal'. 18-XI-1979), actitud lógica aunque no exenta de compromiso, porque el principal problema al que se enfrenta el pintor que enjuicia a otros pintores, es que en la mayoría de las ocasiones transforma, cambia, modifica, lo que tiene delante, olvidando que no es suyo.

No obstante, este «inconveniente» -de cara a los del «oficio»- le sirvió para trasladar en algunos de sus escritos lo que se siente en lo más profundo, en esa parte a la que solo se tiene acceso si se participa de las mismas inquietudes, cuando la persona o la obra es ninguneada, cuando la palmada en la espalda no es un acto que refleje afecto y comprensión. «Ya es hora de que los murcianos paguemos la deuda que hay con Párraga; de que reconozcamos los méritos contraídos por un pintor que ha permanecido fiel a su estética y a su vocación, respondiendo a incomprensiones y menosprecio con la dádiva generosa de su entrega total y de su interesantísima producción. Párraga es cándido como las palomas que dibuja, resignado y no agresivo, lírico y despreocupado como sus propios personajes; en una sociedad donde con tanta frecuencia luce el fuego fatuo y deslumbra la vana retórica, un pintor como él, rabiosamente honesto y humilde, queda injustamente subvalorado». ('Párraga, obras del 1965 en Acto'. 26-XI-1978).

El 18 de mayo de 1980, con la coordinación de Salvador García Jiménez, 'La Verdad' recupera el emblemático 'Suplemento Literario', que en ésta su segunda época acogerá en sus páginas, aparte de todo lo relacionado con la literatura, secciones dedicadas a pintura -arte en general-, fotografía (con Paco Salinas como principal valedor), entrevistas a artistas, música, y sin olvidar la recuperación de las ilustraciones y su papel de difusoras del arte, del consolidado y del «nuevo». Y en el Suplemento escribió Díaz Bautista hasta marzo de 1981, cuando -por coherencia porque no quería ser juez y parte- decidió ceder el testigo recogido a otra persona. Y esa otra persona, «arrancada» de sus clases, de la seguridad de la estática historia del arte y de la escritura para consumo propio por el citado coordinador, era yo; y en abril de ese mismo año empecé a navegar por las procelosas aguas del mar de la crítica. Pero, esa es otra historia que, como he dicho en repetidas ocasiones en estos 'apuntes', no me corresponde a mí «contar».

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