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SERENIDAD. Pedro Serna observa en su estudio una de las obras de la próxima exposición.
P. Serna: «A veces delante del papel te asustas»

P. Serna: «A veces delante del papel te asustas»

Parece que para él los días entresoleados y medio lluviosos tienen una significación especial, acaso, porque en sus cuadros brota con frecuencia unas sensaciones indefinidas. «Las lluvias de improviso tiene mucho encanto, aunque te manchen el cuadro que estás pintando. O quizá, porque te lo están poniendo en orden». El próximo lunes, en la galería Chys, Pedro Serna presentará sus últimas obras, en una exposición que el pintor ha denominado Murcia, una mirada.

LA VERDAD

Viernes, 17 de junio 2016, 08:21

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«He roto muchísimas obras mías inacabadas. Luego piensas que quizá debieras haberlas dejado madurar, metidas en una carpeta» Más que organizar un montaje, con el fin de que las fotos estén en consonancia con la labor diaria en el estudio, Pedro Serna prefiere pintar. Incluso, muy cerca, posa un marchito ramo de flores, al que mira y pinta, mientras habla del interior del Convento de las Anas, en Jumilla, y de los árboles centenarios que sobreviven. «Es un lugar excepcional. Como si no hubiesen pasado tantos años».

-Por el título será fácil descifrar el contenido de esta muestra.

-Sí, claro: paisajes de Murcia y bodegones .

-¿Es lo que siempre ha pintado desde que empezó?

-Puede ser. Cuando era un crío ya pintaba con tiza una balsa que había enfrente de mi casa, en el barrio de la Florida, de mi pueblo, Las Torres de Cotillas. La casa estaba rodeada de toda clase de árboles. Había hasta un nispolero, que ahora es muy difícil encontrar. Era un lugar excepcional, que recuerdo con mucho cariño.

-¿Pintaba de crío todo aquello?

-Pues, sí, porque pintaba desde siempre. Jugando al fútbol en Granada tuve una lesión, no grave, que me impidió entrenar durante meses. Fue entonces cuando, de verdad, me dediqué a pintar, aunque repito que lo venía haciendo desde siempre. En Granada hice mi primera exposición.

-¿Y vio su vida resuelta con aquello?

-No, aquello me pareció una locura. Llegas, te casas y te dedicas a pintar, solamente a pintar, me parece sí una locura. Pese a todo, a trancas y barrancas, hemos podido salir adelante. Puede parecer un milagro, pero así he resuelto mi vida, hasta ahora: pintando.

-¿Cree que también pueden tener algo sus cuadros, para conseguir ese milagro de salir adelante?

-¡Hombre...!, pienso que sí, que algo debe haber en mi pintura, aunque sea un nivel mínimo de calidad, para que haya funcionado. Y luego, como es natural, que apareciera de pronto Ramón Gaya y se interesara un poco por lo que yo hacía fue una suerte tremenda. Hay quien me dice que soy el único alumno de Ramón, pero yo creo que no es así. Sí he tenido que ver con él, porque sentía una forma de ver la pintura, como podía ser Bonafé o Cezanne... O Van Gogh. ¡Fijate, Van Gogh, que parece que no tiene nada que ver! Pero también tiene algo que ver. Y Turner, otro pintor que a mí me ha atraído. O los japoneses, que me encandilaban de siempre... Ramón era Ramón, un pintor extraordinario, pero no pienso que yo fuera su discípulo, sino que, por mi parte, ha existido una relación de admiración hacia su persona y hacia su pintura.

-Tanta admiración le impulsó a la misma o muy parecida temática de Ramón.

-Sí, pero otros pintores también han tenido esa temática. Lo seguro es que para mí fue una suerte tremenda conocerlo, hablar, irnos juntos a pintar.

-¿Recuerda qué decía de su pintura? ¿Le enseñaba algo?

-Lo que dijo está fácil de encontrar, dentro de los textos que se encuentran en el segundo tomo de sus obras completas. Para mí es algo extraordinario que él decidiera escribir sobre mi pintura. Nunca pensé que yo fuera merecedor de eso. El caso es que sucedió y ahí está. Luego pasó con los amigos, escritores y poetas estupendos, a quienes mi pintura les ha dicho algo como para poder decir ellos también alguna cosa.

-¿Cree que en su pintura hay de todo o falta algo?

-¡Uff! Yo creo que falta, claro. Y ahora, cuando pasa el tiempo, lo notas más todavía. Lo seguro es que sigo pintando con ilusión, y pensando que soy capaz de hacer algo que vale la pena, que tiene algo que transmitir.

-¿Acepta que alguien no lo vea así?

-Me parece normal que haya muchísima gente a la que no le guste, pero no me han pasado el recado. Sí recuerdo que en una ocasión, alguien de Navarra me llamó para decirme que estaba entusiasmado con cuadros míos de toros, que había visto, y quería que le cediera uno para una exposición. Yo no conocía de nada a quien me lo solicitaba; pero como había estado tan convincente, pues se lo envié. A los tres días, me llamó otra persona, para decirme que el cuadro no le interesaba para nada, y que no sabía cómo su socio había sido capaz de pedírmelo.

-Nos muestra siempre su obra a la acuarela. ¿Le tiene miedo al óleo?

-Miedo, no. Pinto menos de lo que quisiera. Uno de mis propósitos más firmes, después de la exposición en Chys, será dedicarme más al óleo, porque siento esas apetencias desde hace tiempo. Quiero tocar el óleo, el pastel... Hasta ahora he hecho acuarelas, dibujando mucho de toros y flamenco; temas que me ilusionan porque soy muy aficionado. Cuando pinto flamenco o toros, lo siento muy profundamente; no son algo esporádico, sino importante dentro de mi pintura.

-Pero en sus exposiciones no son temas que abunden.

-Les he dedicado mucho tiempo en los últimos años y he hecho algunas exposiciones. Ahora sigo haciéndolos, como un método de descansar del paisaje. A veces, algunos de los dibujos flamencos me han salido mejores que algunas pinturas. O mejor: más que mejores, más pintura que algunas pinturas.

-Entre tanta variedad y tanta práctica, ¿encuentra todavía inconvenientes a la hora de acabar un cuadro?

-A veces te pones delante del cuadro que vas a pintar, y te asustas. Hay que dar muchas vueltas, aunque en ocasiones, cuando menos lo esperas, algo ha pasado de un modo tan rapidísimo en la luz o en cualquier otra situación, que te resuelve la duda. Aunque uno no se haya dado cuenta de qué ha pasado. Entonces, no queda otro remedio, sino decidirte en unos segundos por pintar eso que está pasando, pero que no percibes muy bien. Sabes un poco lo que quieres, te cuesta arrancar, lo dejas. Te notas incapaz de sacar algo que has ido buscando y que, en principio, te parecía resuelto. Notas que no vas a ningún sitio; y, otras, sucede ese algo inesperado.

-¿Y se ha sentido forzado a finalizar una obra?

-Forzado, no, casi nunca; pero sí descontento.

-¿Tanto como para romper ese cuadro?

-Yo he roto muchísimas obras mías inacabadas. Luego, pienso que quizá debiera haberlas dejado madurar, metidas en una carpeta. Llegan un momento en que esas cosas que te parecieron que no tenían interés alguno son de la que más te llenan. Puede suceder que antes no supiste enjuiciar bien lo que estabas haciendo. De cualquier forma, yo tengo bastante claro qué es lo que debo romper. Lo tiro a la papelera, y ya está.

-De toda su obra, tan amplia, de sus paisajes, ¿le supone algo una emoción especial?

-Mi primer contacto con Sicilia. Yo quiero hacer una exposición sobre los paisajes sicilianos. Al verlos, me emocionaba de un modo especial. También me pasó con Nápoles, una ciudad en la que me he sentido muy a gusto pintando. Otro itinerario que me gusta mucho, y el que más he frecuentado durante mi vida como pintor, ha sido el de Arlés, la Provence y Sant Remige, en Francia. Allí me encuentro como en mi casa.

-¿Y en las cercanías de Murcia?

-En Murcia me atrae todo lo que me suena a agua. Parece una broma, pero haber nacido tan dentro de este tema me lleva a plasmar en mi pintura todo lo relacionado con las acequias, con esas balsas, como eran antes. Puede ser que mi relación con el agua sea una obsesión. Una de las cosas que más me suele pasar es estar pintando y que llueva. Pero, a veces, uno de esos cuadros mojados tienen un interés enorme, porque puede suceder que el agua que le ha caído lo haya arreglado. Tengo uno de Jumilla, al que le sucedió algo de esto. Mojado, capta todo el aire especial de aquel paisaje.

-Hay pintores que, aunque no lo muestren, si son capaces de someterse a un cambio en su forma de pintar. ¿Usted, no?

-Pienso que, aunque mi pintura parece siempre lo mismo, no es así. Puedo pintar temas parecidos. La forma de pintar, también lo es; pero creo que mi pintura de ahora y la de hace cinco años son distintas. Y si nos remontamos a veinte o treinta años, la diferencia es más acusada. Generalmente, lo que yo pinto es lo que aparece en las exposiciones, aunque hay otras obras que no están en ellas, ni he enseñado a nadie; pero no porque se trata de algo muy distinto a lo que suelo hacer. Mire: hay quien dice que no hago retratos. Cuando presenté mis primeras exposiciones, hacía muchos retratos; después, cuando me dediqué a la pintura de un modo más profesional, sólo los he hecho a amigos, que me lo han pedido. Cuando he tenido peticiones formales de retratos, no me gustaba mucho, porque había que estar bastante pendiente del parecido. Además, debe ser una buena pintura, y cuesta guardar el equilibrio. Yo no he querido sentirme forzado a hacer concesiones, como modo de aceptar la opinión de los demás. De todas formas, digo lo que antes decía del óleo y los pasteles: que pienso volver.

-¿Tan joven se encuentra como para redescubrir esos mundos ahora?

-Al menos, tienen mucho que ver con el mundo en el que vivo y con mi forma de hacer. Cuando he pintado a bailaoras o cantaoras, muchas de ellas tienen que ver con el retrato porque he intentado que se parezcan. Incluso, cuando no me importa que no se parezcan... Pues siguen pareciéndose. Lo que pasa es que el movimiento, el ritmo que tienen es muy difícil y es lo que hay que respetar, sobre todo porque si se mete la pata, se nota muchísimo.

-¿Y ha sentido alguna vez ganas de abandonar?

-Decepciones, más de una he sentido. Pero es que la pintura es mi vida. No sé que pasará, si llega el momento en el que deje de pintar, porque no pueda. Lo que no me gustaría es estar pintando, si lo que hago no tiene ese alma mínima que necesita. Esto sería mi gran decepción.

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