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Cartografía del Arsenal realizada por Juan José Ordovás en 1799.
La Región de Murcia en el Setecientos
HISTORIA

La Región de Murcia en el Setecientos

Ilustración y reformismo: la plaza militar de Cartagena fue clave en la andadura de los primeros reyes Borbones

FRANCISCO JOSÉ FRANCO FERNÁNDEZ

Lunes, 6 de marzo 2017, 21:48

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Este 2017 ha sido declarado en Cartagena el Año de la Ilustración. El siglo XVIII es una de las etapas más apasionantes de la Historia de España, existiendo una gran movilidad institucional y una intensa remodelación del Estado tras la llegada al poder de los Borbones. La nueva dinastía, especialmente Felipe V y su hijo Carlos III, inician un delicado proceso de lucha contra la secular atomización del poder, con una intensa actividad de reglamentación y centralismo político. Durante el siglo XVIII, el poder central consiguió con una activa actitud reformista y legislativa en algunas décadas lo que sus antecesores no pudiesen durante siglos: fiscalizar el control de los capitales y los abastos, controlar la recaudación de impuestos, reducir las competencias municipales y conseguir una tímida representación popular con el nombramiento de los síndicos personeros y los representantes del común.

Todos los ámbitos de la vida pública son abarcados por la política borbónica: establecimiento de nuevas poblaciones (es el caso de San Juan de las Águilas en nuestra Región), puesta en funcionamiento de las Sociedades de Amigos del País para el fomento de la cultura y de los oficios y establecimiento de un ambicioso programa de obras hidráulicas, siendo este tema el que más afectó al Reino de Murcia por ser el déficit hídrico un problema arraigado en el tiempo. La existencia de extensas tierras de secano y la acaparación del agua por unos pocos en localidades como Lorca fue la base para que algunos ministros reformistas, como el Conde de Floridablanca, plantearan la puesta en marcha de trasvases olvidados. Un ejemplo de ello era el llamado Canal de Murcia o Canal de Carlos III, que una compañía de especuladores capitaneados por el francés Pedro Prádez reactivó gracias a los capitales obtenidos por la venta en las principales plazas financieras de Europa de billetes de una lotería que nunca se llegó a realizar.

La huída de aquellos aventureros con parte del dinero, tras unos años de estatalización del proyecto y construcción de algunos kilómetros de canal en tierras andaluzas, puso de manifiesto las dificultades técnicas y organizativas de traer el agua desde los ríos Castril y Guardal hasta el Arsenal de Cartagena, abriendo la puerta a la construcción de los pantanos de Puentes y Valdeinfierno, obra de muchas generaciones de esforzados redentores de la Patria y huella más evidente en nuestra tierra de la persistente lucha de los ilustrados por cambiar España.

La ciudad española con mayor actividad militar a mitad del XVIII

Cartagena era en la segunda mitad del siglo XVIII la ciudad española con mayor actividad militar: el Arsenal estaba en pleno rendimiento y habían culminado las obras de fortificación (murallas, castillos y baterías), siendo desde entonces conceptuada como ciudad inexpugnable. A final de siglo se construyeron los navíos 'San Nicolás', 'San Juan Bautista', 'Ángel de la Guarda', 'San Damián', 'San Justo', 'San Julián', 'San Fulgencio' y 'San Francisco de Paula', que armaban un total de 1.320 cañones. En 1798 estaban adscritos directamente al Departamento veinte navíos de 74 cañones, dos navíos de 64, tres fragatas de 40, diez de 34, una corbeta, cuatro urcas, nueve jabeques, trece bergantines y ochenta y seis barcos menores (goletas, cañoneras, bombarderas y obuseras). Se podía disponer en total de 148 buques con 2.530 cañones montados que estaban en continuo movimiento de maniobras desde el momento en el que se firmó la alianza con Francia para invadir Inglaterra desde Cartagena y otras plazas militares del Mediterráneo, un proyecto de gran importancia estratégica y muy desconocido hasta que hallamos una importante documentación en los archivos del Congreso de los Estados Unidos, país implicado también en la conquista.

Durante la primavera de 1798, los preparativos bélicos fueron realizados, lo cual era perfectamente conocido por el almirante inglés Bruyes, pues eran 80.000 las personas movilizadas y el cónsul inglés en la ciudad había informado a su mando que se preparaba una expedición de apoyo a la independencia de Irlanda. Cartagena era la clave de una operación que nunca se llevó a cabo y que hubiese tenido como complemento la invasión de las costas inglesas de Portmouth y Plymouth por las fuerzas navales de los puertos de Calais, El Havre y Ámsterdam.

Como en tantas otras ocasiones, los planes fueron aplazándose y se perdió el factor sorpresa. La derrota de Trafalgar, que fue el principio del fin de un Imperio y el comienzo de una dinámica colonial diferente, supuso el fin de un proyecto de expansión internacional hispano-francesa que alejó al puerto de Cartagena de los circuitos comerciales y militares internacionales de una forma definitiva.

Élites de poder municipal y gobierno del Cabildo

La administración municipal no escapó de la tendencia centralista, pues las reformas se hicieron para limitar el poder y las enormes competencias de las élites locales en provecho de una uniformidad nacional administrativa y legislativa. El municipio era una institución todopoderosa, antagónica con las aspiraciones de expansión y control del Estado, y aunque se había creado a lo largo del siglo una corriente de opinión contraria a la perpetuidad de los oficios municipales, sin embargo el apartamiento de la vida municipal de determinadas familias era muy complicado porque conllevaba una transformación revolucionaria desde el punto de vista socioeconómico, pues la actividad política municipal se asentaba sobre una serie de privilegios seculares y un sistema productivo que giraba en torno al sistema señorial que en la ciudad departamental pivotaba en torno a las familias Torres, Vallejo, Rosique, Martínez Fortún, González de Rivera y Montanaro.

La pieza fundamental del reformismo a nivel municipal era el Corregidor, contrapeso al poder de los regidores y baza importante para la lucha contra los fraudes. Esos representantes del Estado debían de ser hombres de carácter, pero también de un acusado perfil político y diplomático, para no hacer de la sala capitular un campo de batalla, pues existían momentos en los que les resultaba imposible mantener un equilibrio y cumplir sus obligaciones. Era el caso de los problemas relacionados con la recaudación de impuestos, los abastos, la gestión de los pósitos, el alojamiento de tropas, el repartimiento de contribuciones extraordinarias o los numerosos hábitos particulares del Cabildo Municipal que conculcaban gravemente las leyes de Nueva Planta. El estudio de las actas capitulares durante el primer cuarto del siglo XVIII nos hace pensar que en la ciudad era francamente difícil maniatar a las élites de poder triunfantes tras la Guerra de Sucesión, pues aquellos que habían apostado por el candidato borbónico supieron cobrar los favores prestados y controlaron férreamente durante décadas la corporación, la milicia local y el Santo Oficio: la lucha de poder entre Madrid y los reinos estaba servida y explica muchas de las cuestiones planteadas posteriormente en nuestra historia más reciente.

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